Normal People no va de grandes gestos ni de frases perfectas. Va de miradas, de silencios, de cosas que se dicen mal o demasiado tarde. Es una historia sencilla, sí, pero contada con una verdad que desarma. Marianne y Connell no son la típica pareja de serie: son dos personas que se quieren, se hieren, se pierden y, con los años, aprenden a convivir con lo que fueron. Y eso, sin adornos, es lo que más duele.
La serie tiene una sensibilidad brutal. Todo está medido al milímetro, pero sin parecer calculado: la cámara se mueve con ellos, respira con ellos. Los diálogos parecen reales, como si estuvieras escuchando una conversación que no deberías oír. Y esa sensación de intimidad te atrapa.
Lo mejor es la química entre Daisy Edgar-Jones y Paul Mescal. No hay artificio, no hay pose. Basta una mirada o un gesto para entenderlo todo. Ella, con su fragilidad contenida; él, con ese aire perdido que se va rompiendo a pedazos. Juntos hacen que cada escena pese más de lo que parece.
Puede que por momentos se haga lenta o demasiado contenida, pero forma parte de su encanto. Normal People no busca impactar, sino quedarse dentro. Y lo consigue. Cuando termina, te deja con un nudo raro, como si acabaras de despedirte de alguien que fue importante.
Es una serie pequeña, pero enorme por dentro. De esas que no se olvidan fácilmente, porque lo que cuenta no pasa de moda: el amor, el paso del tiempo y todo lo que no sabemos decir cuando todavía nos importa.