Gen V vuelve con la misma fuerza y descaro que la primera temporada. Este spin-off del universo The Boys sigue demostrando que no es una simple extensión, sino un complemento perfecto: igual de salvaje, igual de irreverente, pero con una mirada más joven y, a ratos, más emocional. Desde el primer episodio se nota el ritmo frenético y esa mezcla tan adictiva de violencia, sátira y humor negro que ya es marca de la casa.
Lo que más sorprende es que, pese al caos constante, todo fluye con naturalidad. La serie sigue siendo ácida, sangrienta y absurda en el mejor sentido posible, pero también se permite momentos de calma que dejan ver las inseguridades y heridas de sus personajes. Es curioso cómo entre tanto gore y superpoder se cuelan reflexiones sobre la salud mental, la presión por destacar o el miedo a decepcionar.
El reparto mantiene un nivel altísimo. Jazz Sinclair y Lizze Broadway llevan el peso emocional con muchísima fuerza, y el resto del elenco aporta una energía renovada que encaja bien con los nuevos conflictos. Hay química, hay dinamismo, y cada episodio se pasa volando. No hay relleno ni escenas innecesarias, todo empuja hacia adelante, y cuando llega el final, uno solo piensa: “¿Ya está? ¿Solo esto?”.
La conexión con The Boys está mejor integrada que nunca, pero Gen V conserva su propia identidad. No necesita depender de cameos ni de referencias para funcionar: su mundo, su tono y su sentido del humor bastan para mantenerla viva. Es más ágil, más oscura y, por momentos, incluso más sincera que la serie original.
En un panorama saturado de franquicias, Gen V sigue siendo una bocanada de aire fresco (aunque con olor a sangre y vísceras). Divierte, provoca, incomoda y deja claro que el universo de The Boys está más vivo que nunca. Si la primera temporada sorprendió, esta lo confirma: hay historia, hay estilo y, sobre todo, hay ganas de seguir destrozando los clichés del género.