PUBERTAT
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Crítica de la serie
4,0
Publicada el 22 de noviembre de 2025
Hay series que no se ven para “pasarlo bien”, sino para mirar de frente algo que te incomoda. “Pubertat” entra ahí sin pedir permiso: te mete en una comunidad cerrada, en pleno verano, y rompe la fachada de normalidad con una denuncia de agresión sexual entre chavales. Desde ese momento, la serie no va de descubrir “qué pasó” solamente, sino de observar cómo se desmoronan las certezas de todos.

Lo que más me ha gustado es que no juega a los héroes y villanos. Aquí casi nadie sale limpio. Los adultos se retratan con sus miedos, sus prejuicios y su torpeza, y los adolescentes aparecen como lo que son: criaturas en tránsito, capaces de una crueldad enorme y también de una fragilidad que a veces da pena. Y sí, el abuelo y el nieto son personajes durísimos de aguantar, pero justo por eso funcionan: representan esa herencia de masculinidad rancia que se cuela en las casas sin que nadie la cuestione.

A nivel formal, se nota mano de autora. La serie respira verdad en muchas escenas pequeñas: una conversación en la cocina, un silencio que pesa más que cualquier discurso, una mirada que delata culpa o desconcierto. El entorno de la colla castellera no es decorado; sirve para hablar de grupo, de pertenencia, de jerarquías… y de cómo una estructura así puede protegerte o dejarte vendido.

¿Tiene cosas que me chirrían? Algunas. A veces intenta abarcar demasiados frentes y no todos quedan igual de afilados. Hay subtramas que se sienten más funcionales que necesarias, y el ritmo, en ciertos tramos, se vuelve un poco reiterativo. Pero incluso cuando tropieza, la serie no se esconde ni se vuelve cómoda.

Me quedo con lo que deja después: ganas de hablar, de discutirlo con calma, y de pensar cómo educamos en casa y fuera de casa. “Pubertat” no te da soluciones mágicas, pero sí te obliga a hacerte preguntas que igual llevabas años esquivando. Y eso, hoy, vale oro.