Hay series que llegan sin hacer ruido y acaban conquistándote poco a poco, y La suerte. Una serie de casualidades es una de ellas. Paco Plaza y Pablo Guerrero firman una historia curiosa, entre lo absurdo y lo emocional, que juega con el azar, la tradición y las pequeñas ironías de la vida. No es fácil definirla: tiene algo de comedia, algo de drama costumbrista y, por momentos, una melancolía muy española, de esas que duelen pero también hacen sonreír.
Óscar Jaenada y Ricardo Gómez forman una pareja inesperada pero brillante. Su química en pantalla sostiene buena parte del relato: uno más contenido y cínico, el otro más ingenuo y luminoso. Entre ambos se crea una complicidad que da verdad a la historia, y que hace que incluso los momentos más surrealistas funcionen. Da gusto verlos juntos, tan distintos y tan complementarios.
La serie tiene un tono muy particular, casi artesanal. Su fotografía con textura de 16 mm y su ritmo pausado la alejan de los cánones del streaming actual, pero precisamente ahí reside su encanto. No busca la inmediatez, sino la sensación de estar viendo algo hecho con cariño, con gusto por los detalles. Todo parece casual, pero cada gesto, cada plano, está cuidadosamente pensado.
Hay también una lectura más profunda, que habla de la identidad, de la suerte como destino inevitable y del peso de lo que somos como país. La suerte se atreve a mirar de frente a la España más contradictoria, con sus luces y sus sombras, sin caer en el tópico ni en la caricatura. Lo hace con respeto, con humor y con un punto de poesía que le sienta de maravilla.
Sin alardes, sin aspavientos, la serie consigue emocionar y divertir a partes iguales. Es de esas rarezas que demuestran que la televisión española aún puede sorprender cuando se atreve a ser diferente. Una historia pequeña pero con alma grande, hecha con corazón, inteligencia y un sentido del humor muy nuestro.