Introduce de forma absolutamente magistral un puñado de personajes de gran complejidad a quienes conoces e identificas inmediatamente, a la par que nos brinda valiosísimas reflexiones sobre la vida y la muerte. Y es solo el principio. Lo mejor es que en mitad de todo este caos visceral, la serie se las arregla para ser, en ocasiones, increíblemente divertida. Eso es SFU. Una compilación de comedia, tragedia, dolor y optimismo. Una producción que comprende los sentimientos humanos a la perfección y, en consecuencia, los trata con un realismo sobrecogedor, capaz de doblegar hasta a la persona más insensible. Expresa el drama terrenal, personal y colectivo, de la forma más madura y acertada posible. Por momentos puede alcanzar una intensidad emocional enorme, arrolladora. Sabe tocar la fibra sensible con una destreza inaudita. Ya en nada más que la primera temporada, varios episodios me tuvieron al borde de las lágrimas (o más).
Y en otros momentos puede llegar a ser una sorprendente bomba de traviesa diversión. Irreverente, descarada y desvergonzada. Toca todos los temas social mente incómodos o difíciles de tocar (más controvertidos todavía en su época) sin mirar atrás. ¿Cómo consigue todo esto? ¿Cómo transmite tales sensaciones con esa increíble potencia?
Sus personajes. SFU comprende, al igual que las más grandes obras, que la clave está única y exclusivamente en ellos. Crea personajes únicos y los hace evolucionar de forma brillante mezclando problemas personales con asuntos de escala global tales como la vida, la muerte, el odio, la sexualidad, la aceptación de los demás y (más importante) de uno mismo.
Estos protagonistas no son figuras perfectas que consiguen todo lo que quieren. Más bien, son personas en constante cambio, cargadas de fallos hasta la médula, cuya felicidad se ve constantemente amenazada por problemas externos e internos. La profundidad psicológica obtenida rivaliza con la de obras maestras como Los Soprano, The Wire o Breaking Bad.
La serie los expone al desnudo ante el público y aprovecha cada segundo de metraje para desarrollarlos. Poco a poco nos revelan sus defectos, habilidades, gustos, miedos y obsesiones. Llegamos a un punto en el que (casi) podemos predecir sus comportamientos. Al mismo tiempo, el guion hace un trabajo excepcional describiendo la vida individual de cada uno. Contemplamos las nuevas situaciones que deben enfrentar y cómo las enfrentan, de manera que comprendemos sus progresos y alteraciones de conducta a lo largo de las temporadas.
Ahora bien, el apartado en el que SFU brilla con más intensidad son las relaciones forjadas entre los dispares personajes. Romances, amistades, hermandades y mucho más. Casi podríamos decir que son el auténtico motor de la serie. La mayoría de veces son estos vínculos los que mejor definen a cada individuo, pues sacan a flote sus partes más sinceras y resaltan sus peores imperfecciones. Estamos tan interesados en los miembros, tanto individualmente como en pareja, que las situaciones mundanas están imbuidas en gran tensión… Incluso cuando todo parece ir bien (pues sabes que tal alegría es pasajera).
Uno de mis aspectos favoritos es el método con el que maneja la exposición. Las técnicas y procedimientos utilizados para investigar los pensamientos ocultos de los personajes son, posiblemente, las mejores y más originales que he visto desde hace muchísimo. Para relatar cómo se sienten los protagonistas, los escritores no recurren a diálogos aburridos en los que se nos cuenta todo directamente, sin autenticidad. Toman inspiración de cineastas clásicos como Ingmar Bergman, y elevan tal estilo a la enésima potencia. Tenemos:
- Escenas oníricas y surrealistas que ocurren en la imaginación del personaje y guardan un claro significado (bailes extravagantes para simbolizar el optimismo o cosas por el estilo)
- El contraste que ocurre entre la expectativa imaginada y la sobria realidad.
- Y lo más especial: diálogos de personas consigo mismas, representando sus conflictos internos. La parte racional del sujeto está representada por él mismo, pero sus inseguridades le hablan en forma de personas recién fallecidas (relacionadas con el miedo específico que pesa en su cabeza). Una forma simplemente magistral de recrear las inquietudes personales y la auto superación. SFU nunca se detiene a explicarte por qué cada uno hace lo que hace; simplemente nos lo muestra, y nosotros debemos hilar los cabos por nuestra cuenta. No es difícil, pero sí es muy satisfactorio y nos introduce de lleno en el mundo donde viven. Las personas se definen por sus actos, y punto. Mujeres, hombres, heterosexuales, homosexuales, viejos, jóvenes, blancos, negros, latinos, orientales… nada de eso significa nada. La naturalidad que posee cada individuo logra el realismo absoluto, tanto, que no creemos estar viendo gente ficticia. El amor y cariño que tomarás por los personajes es ilimitado. Los veremos en sus mejores y peores momentos. Llegado un punto, el nivel de cercanía e intimidad que adoptan es tal, que los consideramos… reales y cercanos. Como resultado, nosotros compartimos sus vivencias y sufrimos a su lado. Los Fisher terminan formando parte de nuestra vida. Por eso, cuando la tragedia llama a la puerta, el impacto que nos produce no tiene comparación.
No esperes una narración lineal clásica o una trama definida, porque no existe. Los personajes y sus peculiaridades son el foco principal. Los episodios tienen una singular estructura puramente individual y (casi) autoconclusiva. Por esto, la experiencia es totalmente impredecible. Los eventos significativos de la trama no ocurren hasta llegados los últimos capítulos de la temporada; no obstante, ver la serie esperando que estos ocurran es absurdo. Céntrate en el presente. Disfruta cada momento y cada episodio. Vive el día a día con los Fisher. Y más importante: saca todo lo que puedas de cada capítulo. Hazme caso, hay muchas pequeñas enseñanza y valores con los que merece la pena quedarse.