Las excelsas credenciales del abajo firmante, de ésta o aquella prometedora obra, no es sinónimo de éxito asegurado, más si cabe, si algunas de estas creaciones recientes no cumplieron con las expectativas creadas por espectadores e incluso por el propio autor. Aunque es de recibo dejarse llevar por ese aluvión ilusionante que trae implícito el saberse delante del trabajo de alguien que no sólo ha filmado brillantísimas cintas, sino que ha impuesto un estilo propio, y aquí Shyamalan lleva ventaja. Lo de crear escuela es un terreno abonado sólo para unos pocos ilustrados en esto de encandilar al respetable con su particular forma de contar historias. Si somos de la escuela Shyamalan, aunque lecciones recientes instigaran al avezado alumno a una tentadora cabezada, con “La visita”, última lección de cómo nadar y guardar la ropa en las opulentas aguas del género de terror, no tendremos excusa para no asistir a la clase siguiente.
“La visita”, es marca de la casa. Incluso, sus más férreos detractores, desde la obstinada atalaya de la intransigencia más inamovible, se rendirán a lo que lo obvio instaura como irrebatible.
También es lícito albergar ciertas dudas con respecto a la solvencia del film, cuando el tráiler nos presenta como posible escenario de espantosos acontecimientos, a una pareja de entrañables ancianitos que acogerán durante una semana a sus adorables nietos. En este caso, como en otros muchos, la duda ofende, y si hemos sido fieles a sus lecciones, estaremos atentos a lo que Shyamalan guarda en su prodigiosa chistera de crear sustos, muchas y suculentas sorpresas.
Cuando entran en escena personajes infantiles, es inevitable no hacerles cómplices de su natural comicidad. No está reñido con la parte pavorosa de la cinta, siempre y cuando, claro está, el responsable sepa mover los hilos adecuados para que esa fina línea que linda con el ridículo no aflore arruinando el resultado final. Y no sólo no lo arruina, sino que resulta gratamente enriquecedor este combinado de fresco descaro pre adolescente y el alienado ambiente que protagonizan unos ancianos cuyo ridículo-cómico comportamiento encierra la clave que sutilmente el director hindú irá desmenuzando para que, como estipulan los cánones de su inherente estilo, al final encajen todas y cada una de las piezas, que muchos, reticentes en las primeras secuencias, ahora elogian, otorgando a este César del terror, lo que es justo y necesario.