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    A propósito de Llewyn Davis
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    A propósito de Llewyn Davis

    Una alegre desesperanza

    por Carlos Reviriego

    Ocurre con los hermanos Coen que sus comedias son mejores que sus dramas, aunque sean estos últimos -'Fargo' (1996), 'No es país para viejos' (2007), etc.- los que más público alcanzan. Pero este cronista está convencido de que el verdadero tono Coen, aquel que nos seduce y les convierte en maestros del cine contemporáneo, los encontramos en filmes merecedores de culto como 'El gran Lebowski' (1998) o 'Un tipo serio' (2009). Su última propuesta entra en esta categoría. La evocación musical de la escena del Greenwich Village neoyorquino en 1961, y que recorre cada fotograma de 'A propósito de Llewyn Davis', destila un encanto y un humor extraordinarios. Los Coen invocan el pulso creativo y la atmósfera de bohemia musical que se vivía en el barrio neoyorquino justo antes de que la canción protesta de Bob Dylan prendiera con sus versos de fuego el escenario del folk tradicional. Concebido como un film circular, que empieza y termina en el mismo sitio y de la misma forma (un bluesman propina un puñetazo a un cantautor folk en las puertas del mítico Gaslight Cafe, que significó para Dylan lo que The Cavern para los Beatles), la odisea que emprende Llewyn Davis (un esplendoroso Oscar Isaac) en busca de un gato amarillo se empapa de la alegre desesperanza tan esencial para las comedias de los hermanos de Minnesota.

    Para el anecdotario biográfico, cabe reseñar que el ficticio Llewyn Davis está ligeramente inspirado en Dave Van Ronk (cuyo tema Green, Green Rocky Road suena en la película), un músico a caballo entre los beats y los hippies, que no conoció la fama pero sí la admiracón de sus colegas (empezando por Dylan, que le considera un verdadero mentor), pues la historia que nos cuenta el film vendría ser la cara B del éxito que conoció el autor de Blowin'in the Wind, la historia oscura y olvidada, la que quedó fuera de la foto. Así, vagabundeando por calles y vagones de metro, dejándose caer en los sofás de amigos y tratando de cerrar un bolo con su manager, Llewyn Davis avanza (o da vueltas) con un solo propósito en mente: la búsqueda de la autenticidad. Este era de hecho el gran mantra entre los autores folk del período, que pasaba por devolver a la canción "moderna" aquello de genuino que tenía la canción tradicional, de manera que la estructura de la película se va desflorando como lo hace un tema folk, dejándose llevar por la repetición y la digresión, con un primer verso sobre el que se redunda pero que en cada mención adquiere un nuevo significado.

    Estamos en verdad frente a un musical (el productor de las canciones es nada menos que T Bone Burnett), en el sentido de que la película nos habla del valor de la música en la cultura popular, y de un periodo concreto cargado de mitología para la cultura y la historia norteamericanas. Más allá de que 'Inside Llewyn Davis' añada otra encantadora crónica del loser americano a la filmografía coeniana, que como 'O Brother!' (2000), su otro musical, relate un imposible regreso al hogar, la importancia de este film pasa por enmarcarnos en un periodo en el que algo había muerto pero lo nuevo todavía estaba naciendo, un tiempo en el que ser un músico con algo que decir era poco más que ser un grano en la arena, quizá como está ocurriendo ahora mismo en el mundo musical dominado por la tecnología y por Internet. La mayoría del humor de la película procede de hecho de las interpretaciones musicales, pero como el resto de la función, esa música no recibe un tratamiento reverencial por parte de los Coen, sino más bien forma parte de un tributo semiparódico, entre el encanto y el patetismo, con emulaciones caricaturescas de Peter, Paul and Mary, de Pete Seeger o de los Clancy Brothers, entre otros.

    No deben asustarse los profanos en todo caso. Aunque la erudición y la pasión musical de los Coen fluya como un río por todo el filme -las referencias son vastísimas, con retratos que emulan al productor Albert Grossman, al compositor Doc Pomus, incluso al propio Bob Dylan, retratado apenas como una sombra o un espectro desenfocado-, en verdad estamos frente a una comedia perfectamente accesible y disfrutable por todo espectador. Los Coen se las apañan una vez más para convertir personajes que no son ni reales ni ficticios (sino un híbrido) en criaturas absolutamente coenianas, que podrían perfectamente pulular por cualquiera de sus films más diletantes y dados a la digresión. Es esta una película que abre sus puertas para ser habitada, para que vagabundeemos por sus espacios y tratemos de intimar con sus personajes. Es una película que invoca un espíritu a su manera tan absurdo (como todo entretiempo) como libre de nostalgias, el de un tiempo en el que los fantasmas de la América de Eisenhower convivían con el florecimiento de las libertades y la inminencia revolucionara. Sí, después de aquello, circa 1962, cuenta la leyenda que nada sería lo mismo.

    A favor: Que los Coen entreguen otra obra secreta, delicada, rica en matices y significados alegóricos, con personajes memorables y una banda sonora para la posteridad.

    En contra: El desdibujado personaje de Carey Mulligan, sin duda el más desafinado de la función.

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