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    Perfectos desconocidos
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Perfectos desconocidos

    La cena de los idiotas

    por Marcos Gandía

    Sorprenderse ahora, con la excelente Perfectos desconocidos, de que el siempre inquieto (algo que no se le agradece lo suficiente) Álex de la Iglesia se encierre en un único decorado, innegablemente teatral, para desatar los demonios de nuestra sociedad, es no conocer al claustrofóbico autor no solamente de la anterior El bar, sino al cortometrajista de Mirindas asesinas o el vitriólico y brugueriano firmante de La comunidad. Suerte de complemento a El bar (la acción parece suceder casi al mismo tiempo que la de aquellos seres mezquinos atrapados en un local, todos en una ciudad progresivamente desértica y apocalíptica, irreal), sobre todo por esas insólitas pero bien encajadas referencias fantásticas.

    Ese eclipse con una luna roja cada vez más amenazadora que vendría a ser hija del planetoide Nostalgia que acababa con la humanidad (antes con las relaciones de pareja de una familia de la alta burguesía) en el film homónimo de Lars von Trier o el inquietante instante (metafórico, vale, pero terriblemente terrorífico) de la fotografía vacía de vida, siguen manteniendo firme a un De la Iglesia conocedor de que la mejor manera de hablar de cómo somos tiene que fugarse por las rendijas del fantastique. Perfectos desconocidos, más allá de un ácida comedia negra con golpes de humor y humillación memorables (todo lo relacionado con el personaje que borda Ernesto Alterio) que recordaría a obras de teatro de autores tan dispares como Francis Veber, Edward Albee, Alfonso Paso o el Mart Crowley de Los chicos de la banda (a la que se hace un guiño directo en una escena con Pepón Nieto), es puro Álex de la Iglesia. Un ángel exterminador disfrazado de reunión de amigos, de secretos y mentiras y de asesinatos morales, éticos, que ni en los Diez negritos de Agatha Christie. Perfectos desconocidos sería La terraza de Ettore Scola encapsulada en un cuento moral de Rod Serling que rezumara el veneno de Copi. Y Perfectos desconocidos es, amén de un pequeño prodigio de puesta en escena y de dirección de actores, la confirmación de lo bien que están éstos.

    Sobre Eduard Fernández ya casi no sabría qué decir para elogiarlo: la conversación manos libres con su hija es sencillamente antológica, así como su contención. Pero es que junto a él nadie desmerece: ni el mencionado Alterio, ni Juana Acosta bebiendo desbocada cual Elizabeth Taylor en ¿Quién teme a Virginia Wolf?, la inocencia castigada de Dafne Fernández, la debilidad interior de un estupendo Eduardo Noriega, una Belén Rueda como pocas veces y ese Pepón Nieto que acaba siendo el punto de inflexión de una pandilla de desgraciados seguramente más en el otro mundo que el triste fantasma de A ghost story.

    A favor: Cómo Álex de la Iglesia y Jorge Guerricechevarría hacen suyo un material ajeno.

    En contra: Que no se entienda bien su demoledor giro final.  

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