Lo nuevo de Oliver Assayas es una película plomiza, interesante a ratos, y repleta de personajes poco atractivos
Existen unos teléfonos fijos que no tienen teclas. No se puede marcar ningún número. No se puede llamar a nadie con él. En su lugar, te llaman a ti. Si suena, lo descuelgas y contestas. Al otro lado de la línea habrá una voz dando órdenes de alto nivel. Los vertushka, así se llaman estos teléfonos, fueron un elemento clave del sistema de comunicaciones de la Unión Soviética y Rusia. Solo unos pocos tenían uno. Vadim Baranov fue uno de los afortunados. Este misterioso hombre, del que se han contado leyendas, pasó de director de teatro a productor de televisión y, de ahí, a mano derecha de Vladímir Putin. Fue una persona inteligente, una eminencia gris que sabía cómo manejar a la gente, inventando la realidad para manipular a las masas. Vadim Baranov es el protagonista de El mago del Kremlin, lo nuevo del director Olivier Assayas. Baranov es también un hombre que nunca existió.
El mago del Kremlin, una adaptación de la novela homónima de Giuliano da Empoli, es una sátira espesa de Rusia y Vladímir Putin. Assayas adapta junto a Emmanuel Carrère el libro de Da Empoli, ganador del Gran Premio de Novela de la Academia Francesa en 2022. Vadim Baranov, el protagonista de la historia, es un personaje ficticio -está inspirado en Vladislav Surkov, el hombre en las sombras de Putin- y, con él, Assayas cuenta la historia de Rusia desde los años 90, pasando por el fin de la Unión Soviética y hasta la llegada de Putin al poder.
Cuando el filme arranca, Baronov (Paul Dano) se ha retirado y vive en una mansión alejado de todo lo que una vez fue en la política rusa. Allí, en su casa, recibe a un escritor (Jeffrey Wright), a quien le cuenta su historia y cómo pasó de dirigir ficción a alterar la realidad con fines políticos.
Dividida por capítulos, la historia de Baranov comienza en una fiesta en los años 90. Allí, ya dentro de círculos de artistas, conoce a Ksenia (Alicia Vikander), una mujer con la que inicia una relación y a la que convierte en la protagonista de su nueva obra de teatro. Por su trabajo, Vadim conoce a Dmitri Sidorov (Tom Sturridge), un hombre hecho a sí mismo que consiguió amasar una gran fortuna y convertirse así en un oligarca ruso. Ksenia, una mujer efervescente, fiestera y con ganas de riqueza, se siente atraída por Sidorov, con quien le es infiel a Baranov.
Tras la ruptura de la pareja, Baranov se convierte en un exitoso productor de televisión. Su trabajo en la pantalla llega a su fin cuando otro oligarca, Boris Berezovsky (Will Keen), le propone encontrar al nuevo presidente de Rusia en un momento en el que el actual, Borís Yeltsin, está en las últimas. Berezovsky y Baranov deciden proponerle el importante cargo al que creen que es el hombre perfecto: el teniente coronel de la KGB Vladimir Putin (Jude Law). El inicio de la carrera política de Putin supuso el ascenso de Baranov y el destierro de Berezovsky. Ucrania, Chechenia, el fin de los oligarcas rusos y más eventos clave van cerrando la historia que Baranov, un poco a modo de confesión, le cuenta el escritor que tiene de invitado en casa.
El Vladímir Putin de un acertado Jude Law
El mago del Kremlin es una película ambiciosa, plomiza, interesante a ratos, y repleta de personajes poco atractivos. Paul Dano está correcto como Baranov, un personaje poco exigente y un hombre sereno e inteligente que sirve de contrapunto del resto de personalidades más excéntricas que se pasean por la pantalla. Alicia Vikander hace lo que puede con una Ksenia que ayuda a descongestionar un poco el relato en su primera parte, pero que luego se vuelve insustancial en la historia.
Jude Law tiene el personaje más atractivo. El actor, poco caracterizado pero lo suficiente para no parecer ridículo, consigue recordar a Putin en sus gestos y acierta en su interpretación. Nadie sabe qué se le pasa al presidente de Rusia por dentro, pero Law es capaz de dotar de sentimientos a un hombre que, de puertas para afuera, carece de ellos.
En manos de Law, Assayas y Carrère, Putin es un hombre narcisista e infantil que solo admite que se le adore. La sátira, aquí, está afinada y Law trabaja a favor de ella. Porque de eso trata El mago del Kremlin, de inventarse un personaje para meterse dentro del corazón político de Rusia, un país en el que nadie está a salvo, y reírse de él. Y sí, hay de eso en el filme, pero todo queda tan embarrado por la densidad del relato que a una se le quitan las ganas de conocer el final de la historia de Baranov.