Críticas
3,5
Buena
Pacific Rim

Blockbuster de autor

por Quim Casas

El cine de Guillermo del Toro depara sensaciones contradictorias aunque siempre estimables. Cuesta imaginar, viendo la envergadura de producción y posproducción de 'Pacific Rim', al director-orfebre de 'Cronos', su filme de debut aún en tierras mexicanas, como también cuesta lo suyo ver la trilogía del señor de los anillos o la primera entrega del hobbit y pensar que tras la cámara está el mismo tipo que hizo 'Mal gusto' y 'Criaturas celestiales'. No es cuestión de ser mejor o peor con más o menos dinero. Es otra cosa. Y en el caso de Del Toro, muchos somos los que creemos que en un punto intermedio se encuentra lo mejor de su repertorio; concretamente en la poética fantástica y mutante de 'Mimic', una serie B de los tiempos modernos, es decir, una serie B con rasgos de producción A pero espíritu visual y narrativo de la mejor serie B de los cincuenta.

'Pacific Rim' no es 'Cronos' ni 'Mimic'. Tampoco parece tener demasiado en común con el díptico de fantasmas en tiempos de guerra civil española o posguerra formado por 'El espinazo del diablo' y 'El laberinto del fauno'. Y pese a la logística de producción, tampoco está en sintonía con las dos películas sobre el pétreo y rojizo Hellboy. ¿Qué es entonces 'Pacific Rim' en el contexto filmográfico de un cineasta mexicano que parece sentirse tan cómodo rodando en su país, en España o en Estados Unidos? ¿Un encargo de gran producción o un proyecto personal que se debate entre la artesanía congénita del director y la parafernalia de efectos especiales un poco a lo 'Transformers', la gran (y no muy buena) influencia para el cine de acción y/o fantástico actual, aunque también con ecos de las batallas de gigantes entre Godzilla y otros monstruos japoneses surgidos como metáfora de la era atómica?

Difícil papeleta para quien se empecine en resolver este teórico enigma. Estamos ante una película personal mediatizada por un aparato de producción exagerado (demasiadas batallas, demasiado metraje, demasiados planos, demasiada música, demasiados personajes inconsistentes, demasiados protagonistas sin encanto alguno, demasiadas concesiones y convenciones); un blockbuster de autor si es que tamaña definición puede ser aceptada.

A todo esto, ¿reconocemos el sello Del Toro? Por supuesto. Ahí está, en el diseño "lovecraftiano" de las criaturas conocidas como "kaijus", la presencia de Ron Perlman y sus zapatos tintineantes (y la de Santiago Segura, claro), los chistes perversos en plena explosión de adrenalina fantástica, el toque cool del personaje encarnado por Rinko Kikuchi (pues eso, la actriz japonesa más cool e internacional gracias a sus trabajos con Alejandro González Iñárritu, Isabel Coixet y Tran Anh Hung), la presencia de una organización que trafica con los órganos de los kaijus muertos o la idea, tan, tan de Del Toro, de que sea un jaeger analógico (los enormes robots controlados simultáneamente por dos pilotos humanos conectados cerebralmente entre sí) el que pueda hacer aquello que los jaeger digitales son incapaces.

Seguimos con los interrogantes. ¿Es este triunfo analógico una reivindicación? Si, posiblemente, pero sobre todo es un espasmo de cordura artesanal en un mundo numérico que posibilita filmes como el presente, agitado y permanentemente debatido entre intenciones, texturas, formatos y acabados no opuestos pero si en colisión.

A favor: los toques permanentes del mejor estilo de Guillermo del Toro.

En contra: la sumisión a las normas y convenciones del blockbuster.