Críticas
4,0
Muy buena
Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)

Birdman Returns

por Alejandro G.Calvo

Tras la debacle crítica de Biutiful (2010) muy pocos esperábamos que el realizador mexicano Alejandro González Iñárritu fuera capaz de recuperarse. Su cine, siempre grandilocuente, tan asfixiante en sus formas como plano en sus preceptos morales, machacando una y otra vez al espectador por la vía de la tortura de sus personajes parecía una versión pánfila, sin mesura posible, de lo logrado en los años noventa por Lars Von Trier o Michael Haneke. Su (indudable) talento a la hora de poner en escena su abigarrada dramaturgia acababa por devorarse a sí mismo, preso de una gravedad bigger than life que, de tan afectada y categórica, convertía el visionado de su películas en una experiencia profundamente antipática.

De ahí que sólo podamos recibir Birdman con una satisfacción fuera de lo común. A Iñárritu le ha sentado de maravilla alejarse de ese gran relato que defina la vida con todas sus penas y pesares -de Amores perros (2000) a Babel (2006)-, cediendo espacio para que el humor (negro), por una vez, sea capaz de definir las miserias de sus protagonistas. Retrato de una estrella de Hollywood en horas bajas, únicamente recordada por su pasado como superhéroe -magnífico el cast: Michael Keaton nunca ha estado mejor, consiguiendo transfigurar su propio pasado como actor a la ficción con toda la sorna y amargura del actor en declive-, Birdman se construye como un fascinante y estilizado falso plano-secuencia -más cercano al espíritu ilusionista de Alfonso Cuarón que a las líneas de juego empírico de Brian DePalma- que coquetea tanto con el cine-dentro-del-cine (en las bambalinas de un teatro de Broadway) como con la puesta en escena del abismo, profesional y vital. Un relato que baila entre lo real y lo fantástico, entre la psicopatía y la desesperación, tan cerca de¡Qué ruina de función! (1992) como de Cisne negro (2010).

Con unos actores superlativos, tan dispuestos a reírse de sí mismos como del mundo al que pertenecen -Edward Norton se llevaría la palma- y una puesta en escena que destila mojo por las cuatro esquinas de la pantalla, Iñárritu configura la pesadilla de todo actor en busca de una última oportunidad por brillar a base de sacudirlo entre todo tipo de absurdos y situaciones límite. Es imposible no rendirse ante la fiereza cómica de Birdman, una fogata de vanidades, miedos e inseguridades sometidas al caos sofista más delirante, que busca tanto hacer leña de los horrores de la industria del espectáculo sin dejar de poner en escena el absurdo de tanto ego y desesperación volcada en el medio. Un tiro de película, acelerada y endiablada, a la que es imposible resistirse. Denle al César lo que es del César, y a Iñárritu, denle Birdman.

A favor: La construcción narrativa de la obra. Porque nos gusta sentirnos engañados. Porque, obviamente, nos gusta el cine.

En contra: El retrato monolítico y revanchista de la figura del crítico. El único momento en que Iñárritu abandona el estilete para sacar el bazooka.