Críticas
3,5
Buena
Dobles vidas

Dobles vidas

por Violeta Kovacsics

Puede que Olivier Assayas nunca haya dejado de ejercer la crítica. Él, cuyo apellido parece juguetear con la palabra ensayo (en otros idiomas: “essai”, “assaig”, “essay”), se ha propuesto cavilar sobre nuestros tiempos. Sin embargo, lo que piensa no lo pone sobre el papel, sino que lo plasma en la pantalla. No es un ejercicio nuevo, pues el director de Demonlover lleva años discurriendo sobre los cambios propulsados por el asentamiento de las tecnologías digitales; pero sí que es una práctica que se ha ido acentuando o explicitando en los últimos tiempos.

Personal Shopper, su anterior película, versaba en torno a lo virtual a través de una figura tan inasible como el mundo de los bits: la del fantasma. Se trataba de una película poco complaciente y de una invitación sugerente a la reflexión: sobre cómo filmar un teléfono móvil, sobre el vínculo entre lo espectral y lo virtual... En el centro situaba a una actriz, Kristen Stewart, que parece la encarnación de estos tiempos líquidos. Quizá es por todo esto que una solo puede aproximarse a la nueva película de Assayas con emoción, y con la certeza de que el cineasta va a proponer algo interesante. Los primeros segundos de Dobles vidas así lo demuestran: apenas ha comenzado la película cuando un editor entra por la puerta de su despacho y se pone a charlar con un escritor sobre el narcisismo y las redes sociales. La decisión tomada se evidencia: ¿cómo filmar este mundo digital si no es a través de la palabra? ¿Cómo representar sino aquello que no se puede ver? ¿O, acaso en esta época de verdades inciertas, de exceso de pantallas y de imágenes inasibles no queda otra que volver a la palabra?

Dobles vidas es una película hablada. El editor y el escritor discuten durante una comida (en un restaurante tradicional, que según nos dicen se sitúa frente a un thai que que está cerrado). El editor y su esposa, una actriz encarnada por Juliette Binoche, conversan sobre internet en su casa (mientras comen con las manos falafel y humus). Y el editor y la experta en nuevas tecnologías que trabaja con él se reúnen en un bar de lo más moderno. Bajo la apariencia de una comedia de enredos absolutamente disfrutable, hay una serie de detalles que definen a los personajes y que apuntalan el discurso: desde un apunte a una sexualidad más abierta y fluida, a un juego de espejos entre el personaje de Binoche y la imagen de la propia actriz fuera de la pantalla, algo que, por otro lado, ya se planteaba en Viaje a Sils Maria. No deja de ser brillante que una película en la que los personajes van desvelando sus secretos y mentiras juegue precisamente al disfraz. Bajo el manto de la comedia ligera, se esconde la reflexión, la profundidad y en algunos momentos un cierto pesimismo. “Quizá tenemos más razones para estar preocupados”, dice el editor en referencia a los nuevos tiempos. La cámara se posa sobre su rostro y la imagen se funde a negro, y la crítica cobra forma.