Lobotomía del siglo XXI
por Andrea ZamoraEl 'sheriff' Joe Cross de una pequeña ciudad de Nuevo México acaba de anunciar que se presenta a las elecciones a la alcaldía. Ted García, el actual alcalde, está delante de su oficina. Ha ido allí en cuanto ha visto la publicación en Instagram con la que Joe ha confirmado su candidatura. Quiere hablar con él. Los dos hombres, frente a frente, en medio de la calle, recuerdan a dos pistoleros del lejano oeste. Existe la tensión de quién desenfundará primero. Solo que aquí el arma no es una pistola, es un teléfono móvil con acceso a internet. En Eddington, la nueva película de Ari Aster, los 'smartphones' son una amenaza. Una que, como espectador, se te queda agarrada en alguna parte del cerebro y te obliga a pensar, todo el tiempo, que se puede hacer mucho daño con un aparatejo que se agarra con una sola mano.
Eddington es un reflejo de la Estados Unidos de la pandemia del coronavirus. Ambientada durante el verano de 2020, Aster muestra un amplio registro de identidades y cómo estas transitan un momento de crisis en el que nadie se pone de acuerdo, los algoritmos rigen las acciones, todo está a punto de explotar por los aires y la violencia tiene muchas formas. Y, mientras todos están enfrascados en sus propios mundos, distraídos y lobotomizados por internet, creyendo en teorías conspiranoicas; el verdadero peligro está delante de sus narices y no lo ven: a las afueras se está construyendo un centro de procesamiento de datos.
Aster ha creado una de las películas más interesantes del año. Eddington es un intrincado e hiperbólico, pero algo cargante y fatigoso wéstern contemporáneo que funciona de espejo. Uno para que veamos, con la perspectiva que da el tiempo, cómo éramos hace cinco años. A Aster le ha salido un filme con muchas lecturas y en el que, con disimulo, toca y muestra una gran variedad de los problemas de nuestro mundo. También con disimulo introduce comedia. Porque Eddington saca alguna que otra carcajada si uno se deja arropar por la locura de Aster. Todo ello liderado por actores como Joaquin Phoenix, Pedro Pascal y Emma Stone.
Nadie sale bien parado en el experimento de Aster: ni los antimascarillas, ni los demagogos, ni los activistas reales, ni los que no creen en el mensaje que defienden pero sí en su imagen en las redes sociales, ni los enmascarados violentos, ni los progresistas, ni los conversadores. Todos ellos, en manos del cineasta, son igual de ridículos. No hay salvación para ninguno. Eddington es ambigua. Y lo es a propósito. Esa es, precisamente, una de las cosas más atractivas de la propuesta del cineasta: que cada uno, con sus propios mundos internos, reaccione a su manera a la historia que se está desarrollando en pantalla.
El mundo sin esperanza de Ari Aster
Eddington arranca con Joe Cross mostrando su aversión a las mascarillas. Es asmático y dice que no puede respirar con ella puesta. Es solo un detalle, pero también una forma de definir al protagonista desde el principio. Tras un altercado en un supermercado con un hombre que no lleva la mascarilla puesta, Joe Cross decide presentarse a candidato a las elecciones. El otro candidato es Ted Garcia, un progresista que busca volver a ser elegido.
El 'sheriff' inicia entonces, con ayuda de sus compañeros de trabajo, la campaña electoral. Joe Cross empapela su coche con mensajes en contra de Ted Garcia y el vehículo se convierte en un muro de Twitter en movimiento. También usa las redes sociales: discursos en directo en los que usa todo lo que tiene en su mano para acabar con su rival. No le tiembla el pulso a la hora de usar a su esposa, una mujer lánguida y misteriosa que comparte con su madre el fanatismo por las teorías conspiranoicas, para crear rumores sobre su rival.
La cosa va escalando, movimiento Black Lives Matter incluido, hasta alcanzar un punto de ebullición en el que la violencia da paso a más violencia. Cuando todo termina, los personajes han sufrido una transformación y han conseguido lo que querían, pero a qué precio.
Aster maneja Eddington de tal forma que lo que les pasa a los personajes es también lo que le pasa al espectador. Porque el centro de procesamiento de datos es la verdadera amenaza, pero hay tanto jaleo y pasan tantos cosas -en la ciudad y en la historia- que la construcción de ese edificio queda enterrado, cuando en realidad es lo que debería unir y alertar a toda la ciudad.
Aquí, en definitiva, cada individuo tiene una realidad y no hay consenso. Eddington y, por lo tanto la visión del mundo de Aster, no guarda un atisbo de esperanza de cara al futuro: estamos condenados a repetir los mismos errores una y otra vez, escalando en problemática a cada ciclo que superamos.