Originalmente, El Hobbit iba a estar dirigida por Guillermo del Toro. Y, por mucho que Peter Jackson hubiera colaborado (de hecho, quería ser el director de segunda unidad), habría sido una saga completamente distinta. El director de La forma del agua pretendía utilizar muchos más animatronics e incluso contrató a Mike Mignola para que le diera un toque único. Sin embargo, los continuos retrasos hicieron que se saliera del proyecto y Jackson volvió a la silla del director... aunque para muchos no fue una buena decisión.

El casco eterno
La idea original del director era, de hecho, dejar El Hobbit solo en dos películas, pero al empezar a añadir tramas (sobre todo de los Apéndices) al pequeño librito de JRR Tolkien acabó dándose cuenta de que necesitaba mucho más espacio y lo convirtió en una trilogía que acabó viviendo a la sombra de El señor de los anillos. Sin embargo, sí que consiguió calentar el corazón de los fans con algunos guiños fabulosos.
Por ejemplo, la relación entre Gloin y Gimili, que vemos a través de su ropa: el casco del enano es el que después llevaría su sucesor en El señor de los anillos. De hecho, el hacha es también la misma y, en un momento dado, la comunidad del anillo encuentra refugio en las cuevas de Moria. Más particularmente, en la tumba de Balin, uno de los enanos que viaja con Bilbo en esta primera aventura.

Al final, La batalla de los cinco ejércitos no llegó a los 1000 millones en taquilla por los pelos, pero sí superó a La desolación de Smaug, la segunda película de la trilogía, y mantuvo a Peter Jackson como uno de los directores más rentables del cine americano actual. Y eso que desde 2014 tan solo ha dirigido dos documentales, los fabulosos Ellos no envejecerán y The Beatles: Get Back. La presión sobre sus hombros por su nueva obra de ficción tiene que ser, cuando poco, curiosa.