Hay cosas que son tan certeras que es hasta ridículo decirlas. Son como señalar que el agua moja, el fuego quema, el cielo es azul y el Papa es católico. Así que decir que Avatar: Fuego y ceniza es un espectáculo bíblico es como no decir nada. La tercera entrega de la saga de ciencia ficción de James Cameron es lo que ya fueron sus predecesoras: un filme que entra tan bien por los ojos como el plato mejor elaborado de un restaurante con una ristra de estrellas Michelín. Su apariencia es algo que parece nunca antes visto, pero el problema viene a la hora de agarrar el cubierto, coger la comida y metérsela en la boca. Hay pocos sabores nuevos y, aunque los que hay son interesantes, no consiguen cambiar el plato lo suficiente como para que sea novedoso. Avatar 3 es una película que ya he visto antes.
La nueva aventura de los Na'vi se ambienta poco después de lo ocurrido en la secuela El sentido del agua (2022). La familia liderada por Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldaña) lidia con la muerte de su hijo Neteyam (Jamie Flatters). Cada uno lo lleva como puede. Jake Sully no habla de ello y se mantiene ocupado. Neytiri, por su lado, sigue llorándole a la manera tradicional de Pandora.
La acción arranca cuando los protagonistas deciden que Spider (Jack Champion), el hijo humano de Miles Quaritch (Stephen Lang), debe volver a la zona en la que están los suyos. Su máscara, la que le permite respirar en el planeta, está dando problemas y podría morir en cualquier momento.
Aprovechando la visita de los Comerciantes del Viento al clan acuático de Metkayina, la familia protagonista se une a su viaje. Cuando todo parece ir bien, aparecen los Mangkwan, una tribu violenta conectada con el fuego y liderada por la enigmática Varang (Oona Chaplin) que separa al clan de Jake Sully y Neytiri. Además de sus problemas personales, los protagonistas deben hacer frente a viejos enemigos en una nueva batalla contra los humanos en la que el destino de Pandora vuelve a estar en juego.
Por cierto, si quieres ver la crítica de Alejandro G. Calvo en vídeo, también la tienes por aquí:
La oscuridad y violencia de 'Avatar: Fuego y ceniza'
20th Century Studios
El arranque de Avatar: Fuego y ceniza es atractivo, pues la muerte de Neteyam añade un nubarrón de oscuridad al relato que lo vuelve todo más maduro y adulto. El duelo y el estado anímico de Neytiri, una madre llena de dolor y de odio hacia los humanos, es una capa más a un personaje que siempre ha sido muy interesante. El de Zoe Saldaña es un papel exigente, uno lleno de contradicciones, pero que enriquecen lo que Cameron se propone contar. El de Sam Worthington, que interpreta a Jake Sully, no deja de ser lo de siempre: un héroe de acción siempre preparado para la guerra.
La oscuridad no solo está en Neytiri, también, y en mayor medida, en la tribu Mangkwan. Esta novedad es la más atractiva del filme y algo radical en la saga. Con ellos, Cameron muestra algo que nunca habíamos visto antes en Pandora: un clan que reniega de Eywa porque un volcán destruyó su poblado. Varang, que de niña salvó a todos aprendiendo el sentido del fuego, es una suerte de chamán cuya soberanía se sustenta en el trauma. Los Mangkwan son oscuridad, pero también violencia y sadismo. Avatar: Fuego y ceniza es una entrega violenta. No solo en lo físico, también en lo emocional.
Una puerta entreabierta para el futuro de la saga
20th Century Studios
Con 197 minutos -3 horas y 17 minutos- de película, es imposible mantener el mismo ritmo y atención todo momento. Avatar: Fuego y ceniza arranca con muy buenas intenciones y algunas sorpresas, pero la historia decae cuando la misma fórmula de las anteriores entregas y de otros tantos 'blockbusters' de acción empieza a notarse. Es entonces cuando todo se vuelve repetitivo y la magia desaparece.
A nivel técnico no, pero en lo que respecta a la historia, Avatar: Fuego y ceniza aporta pocas cosas nuevas. Varang, un personaje femenino muy potente, queda rebajado cuando inicia una relación con Quaritch que huele a cine viejo. Y con esas, no hay apenas complejidad en lo que resta de película: los malos siguen siendo muy malos y cada vez son más malos, y los buenos siguen siendo muy buenos y cada vez más buenos. Y todo termina, claro, como siempre: con una gran batalla final.
Avatar: Fuego y ceniza es bíblica no solo en proporciones, también en su relato. Hay un Abraham a punto de sacrificar a su hijo, un Lázaro que resucita y también una mesías a lo Jesucristo que ha nacido sin padre alguno. La parte ecológica y el mensaje de la importancia de proteger la Tierra de la malvado mano humana sigue impregnando esta nueva aventura de la saga de ciencia ficción.
Cameron ha dicho que está dispuesto a dejar la saga si esta entrega se vuelve un fracaso. La tradición dice que será un megaéxito de taquilla -las anteriores películas son dos de los títulos más taquilleros de la historia del cine-, pero si no ocurre, la historia queda lo suficientemente cerrada como para no volver a ella. Sin embargo, se intuye que todavía hay mucho más por contar. El cineasta ha sido muy inteligente: con Avatar: Fuego y ceniza no da un portazo, ha dejado la puerta algo abierta para volver a ella y a los personajes cuando quiera. Y tiene pinta de que así será.