

Un chaval de 101 años
¿Y qué nos ofrece de Oliveira en su última película? Pues lo hemos dicho ya: frescura y alegría, pero no sólo eso: también hay una ingenuidad primigenia en sus imágenes, en sus diálogos, en el fluir narrativo de una historia de amor tan llena de belleza como argumentalmente sencilla. Es un hecho: con los años el firmante de 'El Valle de Abraham' se ha vuelto cada vez más gamberro y atrevido -creo que sólo Philippe Garrel, Jim Jarmusch y Apichatpong Weerasethakul le igualarían en esa sublime capacidad para saltar al vacío sin pensárselo- mientras mantiene esa superlativa mirada para la composición escénica y una inteligencia afilada como un cristal roto a la hora de construir conversaciones buñuelescas que mezclan por igual religión y superstición, metafísica y filosofía, lo más absurdo y lo más brillante. Maldita sea, este hombre nos va a enterrar a todos.

La actriz española Pilar López de Ayala también se paseó por la alfombra roja
También vimos otra película a competición, el remake homónimo de The housemaid, pieza clave de la modernidad sesentera del cine asiático -si no la han visto: recupérenla, es prácticamente un Harold Pinter cruzado con un primerizo Polanski que ya apuntaba la futura esquizofrenia que viviría dicha cinematografía a finales del siglo pasado-, que llega ahora de la mano del siempre interesante Im Sang-soo. Filmada con un gusto exquisito, la historia de esta sirvienta-para-todo contratada por una pareja de jóvenes multimillonarios posee una combinación exquisita para que reviente el próximo festival de Sitges: sadomasoquismo, violencia, sexo, sangre y niños. Un delirio absoluto -magníficos su prólogo-satélite y su epílogo-dislate- que resulta imposible de ser tomado en serio y que sólo puede ser disfrutable por su macabro sentido del humor. A la salida había quien quería crucificar al director y quien no se aguantaba la risa. Nuestra opinión: es perfectamente disfrutable pero, puestos a elegir, nos quedamos en los sesenta. De largo.
Cerramos con una nueva pieza más a añadir al (rico) panorama del nuevo cine rumano (al final he renunciado a seguir discutiendo su vigencia o no: las películas hablan por sí solas). Así que hay que anotar un nuevo director, Radu Muntean, cuya 'Marti, Dupa Craciun' ha relatado en apenas siete u ocho secuencias la ruptura de un matrimonio por culpa de la infidelidad del padre de familia. Entre lo bueno: los largos planos captando el drama en tiempo real, deplorando la elipsis típica de estas narraciones, manejando correctamente las distancias, evitando caer en el melodrama mediante la estilización de los tiempos requeridos. Entre lo malo: hasta que llega la catarsis la película es una pendiente en vertical que retrata el día a día de los distintos miembros del triángulo amoroso... lo que resulta, seamos claros, bastante aburrido.
Música de fondo: White Denim
Alejandro G.Calvo