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    Festival de San Sebastián 2014: Estimulante dosis de serie B sci-fi en ‘Autómata’ de Gabe Ibáñez

    Antonio Banderas brilla en ‘Autómata’, una estimulante pieza de género a cargo del realizador madrileño Gabe Ibáñez. También vimos ‘Una nueva amiga’ de François Ozon y ‘Silent Heart’ de Bille August.

    Los fans del fantástico nacional están de enhorabuena: Gabe Ibáñez ha renovado con Autómata las grandes expectativas creadas con su ópera prima, Hierro (2009). A competición en Sección Oficial –no está mal que un festival habitualmente cansino en su devoción por el cine social y por el cine de autor europeo más agrietado pegue un giro de volante hacia el fantástico de forma tan marcada- la película plantea un futuro distópico con una Tierra quemada por las tormentas solares y donde sobrevive el 2% de la población hacinada entre escombros y hologramas tamaño Godzilla –la sombra figurativa de Blade Runner (1982) es eterna-. La era robótica ya es una realidad y, al igual que en el imaginario de Isaac Asimov, existen unos protocolos básicos: (1) Los robots no pueden dañar al ser humano y (2) Los robots no pueden alterarse a sí mismos. Obviamente la trama se vehicula a través de la subversión de dichos principios y de cómo un técnico, Jacq Vaucan (Antonio Banderas), trata de buscar una explicación a dicha mutación mecánica.

    Dicho esto se entenderá rápidamente que Autómata bebe del mejor Philip K.Dick; es decir, serie B plagada de ideas –en general todo lo que tiene que ver con las máquinas es fascinante, no así tanto la parte “humana”- que divide la película en dos partes diferenciadas: una urbana –con Jacq en modo Rick Decard cazando robots mutados y tratando de encontrar al hacedor de dichos cambios- y otra desértica –una fuga hacia el origen de las nuevas especies que acaba cobrando tintes de western a lo Sergio Leone-. Ibáñez demuestra aptitudes sobradas para manejarse dentro del género y para germinar sin más problema esa pesadilla ultra tecnológica donde las máquinas heredarán la tierra. Donde tiene más problemas es tanto en la parte dramática –le pueden los estereotipos tanto por el lado romántico como a la hora de villanizar a los malos de la función- como en la contención y síntesis argumental –peca de exceso de minutaje y hacia el final hay alguna que otra secuencia perfectamente descartable-.

    No soy el mayor fan del cine de François Ozon. Así que tampoco debería extrañar a nadie el poco interés que me ha despertada su última película Una nueva amiga. En ella Ozon realiza una defensa del travestismo a partir de un hombre (Romain Duris) que pierde a su mujer y que, con la excusa de calmar a su bebé, se viste con la ropa de su mujer. El vehículo narrativo, sin embargo, parte de la mejor amiga de la fallecida (Anaïs Demoustier), quién entablará una relación íntima con el viudo obsesionado con el síndrome de Ed Wood Jr. Ozon cita Vértigo (1958) y el cine de Pedro Almodóvar como influencias directas –la película parte de una novela de Ruth Rendell, un territorio afín al director manchego que ya adaptaría una de sus obras en Carne trémula (1997)-, lo que demuestra que o yo no he entendido nada o que el director de Joven y bonita (2013) anda bastante desencaminado.

    Alejandro G.Calvo

    De la Sección Oficial también hemos visto Stille hjerte (Silent Heart), un drama intimista firmado por el danés Bille August (La casa de los espíritusPelle el conquistador) que narra la historia de una familia que se reúne durante el fin de semana con un curioso propósito: despedirse de la madre, enferma de esclerosis lateral amiotrófica, decidida a suicidarse el domingo antes de que su salud empeore.

    Muy teatral tanto en ejecución como en planteamiento, Stille hjerte apuesta por provocar estupefacción en el espectador y, por momentos, hasta ansiedad. Ghita Nørby (La herencia) interpreta con convicción a la serena y estoica enferma en una película donde, más que lo que se dice, perturba más lo que se calla; las dudas que permeabilizan las almas de sus protagonistas y articulan sus labios a puerta cerrada. Porque es bajo llave o embriagados de sustancias cuando los miembros de esta familia cómplice verbalizan sus cicatrices y secretos más oscuros; todo apuntalado con un lúcido humor ilógico para el contexto que recuerda al teatro del absurdo de Samuel Beckett. También sorprende la joven Danica Curcic (Bron: El puente) en el papel de la hija que se niega a aceptar la última voluntad de su madre.

    Santiago Gimeno

     

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