Pues ayer me hicieron una endodoncia. En Cannes. Que no se diga que mi profesión es aburrida. Lo que ha servido para que casi cualquier periodista que me conozca, aunque sea de refilón tuitero, me haga coña sobre el dolor de muelas (no negaré que no la tiene). Aun así hoy estoy tremendamente feliz, la perspectiva de aguantar diez días el tute de cronista inflado a ibuprofenos me parecía más propia del Dr. House (y su consiguiente locura) que de la persona seria -porque aquí la gente es muy seria (sic)- que cubre el festival alisándose el mostacho con cara de estar escuchando a Monteverdi. Libre de dolores e inflado a café, aquí va el análisis de lo visto esta mañana.
Jodie Foster regresa como directora a Cannes -presentó, también fuera de concurso, en 2011 la simpática El castor- con Money Monster, un interesante aunque superfluo retrato de la corrupción económica con un cast que hará brillar la alfombra roja de esta noche (si no llueve): George Clooney, Julia Roberts, Jack O’Connell, Dominic West y Giancarlo Esposito. Según la película el culpable de la crisis económica no es el sistema capitalista que la sostiene -como perfectamente ejemplificaba la superior La gran apuesta (2015)- sino los banqueros corruptos que se aprovechan de ella. La desesperación de un joven arruinado tras perder sus ahorros en unas acciones que se han ido a la quiebra -muy bien Jack O’Connell, brillando por encima de sus compañeros de reparto- le lleva a secuestrar en directo a un presentador de TV (Clooney) especializado en hacer shows ridículos sobre la bolsa norteamericana. Siendo españoles el símil se nos antoja directo: ¿qué pasaría si alguien a quien Bankia le ha hecho perder todo su dinero asaltara el telediario de RTVE exigiendo la cabeza de Rodrigo Rato? Sin duda la premisa es ciertamente interesante. Sin embargo este cruce pijo entre Tarde de perros (1975) -en sus mejores momentos- y Mad City (1997) -en sus peores- no es más que una cáscara crítica que, a poco que se rasgue, deja entrever muy poco en su interior. No es que esté lejos de la reivindicación anarquista de Mr. Robot (2015), es que incluso está lejos de películas españolas como El desconocido (2015) o Cien años de perdón (2015). Mucho mejor que el retrato base sobre la crisis se muestra el drama humano del joven arruinado. Es en ese tejido argumental donde la película se crece, llegando a ser demoledora en sus minutos finales, especialmente cuando toca comprobar que tras toda tragedia la vida sigue igual. Porque al final la máxima preocupación del individuo es él mismo. Curioso que en un mundo globalizado e hiperconectado al final cada vez estemos más aislados. Cada uno sigue con su vida como si tal cosa. Foster acierta al no ahorrarse un final acomodaticio mientras nos recuerda que, en el fondo, nadie está exento de responsabilidades. Por más que lo fácil siga siendo mirar hacia otro lado.
O mucho me equivoco o es la primera vez que el rumano Cristi Puiu compite en la Sección Oficial, puesto que ganó el Certain Regard en 2005 con La muerte del señor Lazarescu -prácticamente la película que descubrió el tan cacareado nuevo cine rumano junto a 4 meses, 3 semanas y 2 días (2007) de Cristian Mungiu- y, también en la misma sección, presentó Aurora en 2010. Así que había cierta expectación (y congojo: con tres horas de duración si la película falla te quieres cortar la cabeza), por ver Sieranevada, crónica costumbrista de una familia rumana reunida para rendir sus respetos al patriarca fallecido. Con básicamente un escenario -hay un prólogo divertidísimo dentro de un coche, pero la mayor parte de la cinta discurre en la casa materna- y un puñado de personajes en continuo zig-zag, dándose réplicas y contra-réplicas, empujándose dentro del plano, dando la espalda a cámara, y enzarzándose en un micro-caos a lo Berlanga de lo más hilarante, Puiu construye una película totémica, que logra engañar en su aparente naturalidad lo extremadamente cuidada que está la puesta en escena (sólo el cómo usa el sonido ya es algo de otra galaxia). Sieranevada es comedia de alto nivel, pero no tanto porque haya muchos chistes (que casi no hay, aunque sí mucha broma sobre teorías conspiranoides), sino porque toda la construcción narrativa es absolutamente delirante. Puiu persigue a sus personajes mediante esquivos planos secuencia, en buena parte filmados desde el recibidor de la casa y captando lo que puede a partir de unas puertas que, como enseñaba Lubitsch, no dejan de abrirse y cerrarse continuamente. Primera película vista de la sección oficial, primer hit.
Alain Guiraudie es un director marciano como pocos. Autor de comedias salvajes, rey del thriller porno-pasiego-gay, e irreductible afán del absurdo ultra romántico, lleva años necesitando ser reivindicado (y eso que los Cahiers eligieron su absolutamente brutal El desconocido del lago como la mejor película de 2013). En esta ocasión el cineasta ha presentado a competición Rester vertical, algo así como una alegoría sobre la paternidad -el protagonista pasa media película con un bebé en brazos- enclaustrada en la campiña gala, donde los lobos acechan en cada esquina y los pocos habitantes existentes viven en una continua disensión sexual donde cualquier cosa (en serio) es posible. En un momento de la cinta se descubre que el protagonista (Damien Bonnard) es guionista cinematográfico pero que, antes que dedicarse a escribir guiones “de mierda” (sus palabras), prefiere dedicarse a la peregrinación continua (si no fuera por el bebé del que es responsable; cuyo parto, por cierto, se ve con todo lujo de detalles, en un plano-contraplano, donde se pasa de una vagina a punto de ser penetrada a una dilatada para poder expulsar al feto; gran elipsis, sin duda). Es la manera que tiene Guiraudie de cuestionarse qué quiere hacer con la vida. Una duda que se extiende a la cada vez más loca trama que envuelve la cinta (por momentos sonríe al belga Quentin Dupieux) hasta coronarla con una secuencia increíble donde la eutanasia y la sodomización van de la mano. Medias tintas, las justas.
Día 1: Woody Allen (y Kristen Stewart) inauguran el festival con 'Café Society