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    Cannes 2017: Con 'Happy End', Michael Haneke no convence ni a los 'hanekianos'

    Día de tropezones en Cannes. Mientras la esperada comedia de Michael Haneke se convertía en un greatest hits desangelado de su obra, Michel Hazanavicius convertía su biopic sobre Jean-Luc Godard en un chiste sin gracia.

    Si hay una vaca sagrada en Cannes, ese es Michael Haneke -aunque, claro, no olvidemos que Ken Loach también tiene dos Palmas de Oro, sic transit gloria mundi-. Cineasta fiel al certamen desde que el tiempo es tiempo, ya ha sido coronado en dos ocasiones con su máximo galardón: en 2009 por La cinta blanca y en 2012 por Amor (que también se alzó con el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa, no lo olvidemos). Para cierta parte de la crítica, entre la que me encuentro, el gran Haneke es el anterior a esas películas. Aquél que en los 90 se convirtió en un referente del terror psicológico más osado, autor de películas que eran todo un tour-de-force de resistencia para el espectador: El vídeo de Benny (1992), Funny Games (1997), La pianista (2001), El tiempo del lobo (2003). Cineasta siempre dispuesto a poner en primer plano gélido lo peor que habita en el alma humana, sus películas funcionaban como alegorías de un occidente en descomposición, con una brutalidad que sólo dejaba resquicios de salvación en la meta-ficción (el famoso “rewind” de Funny Games sería el mejor ejemplo). Con los años Haneke, aún sin perder un ápice su indudable talento a la hora de componer imágenes de alto riesgo estético, ha seguido subiendo su apuesta más brutal a la vez que iba perdiendo, poco a poco, una sutileza. Vaya, si antes nos decía que el mundo es una mierda, ahora nos lo grita y luego nos lo subraya. Normal que sus películas se hayan vuelto cada vez más indigestas, cuyo culmen ha sido esta Happy End presentada a competición en Cannes este año.

    Austrian Film Commission

    Anunciada como “comedia que aborda la problemática de la inmigración y los refugiados”, lo cierto es que Happy End no tiene nada de graciosa -a no ser que uno entienda el aburrimiento como algo divertido- y, bueno, respecto a los inmigrantes, aparecen en pantalla menos de un minuto en todo el metraje (y son usados para ridiculizar a su particular enemigo: los burgueses). Haneke retrata a una familia burguesa -el abuelo de la misma es el personaje a quién daba vida Jean-Louis Trintignant en Amor, por lo que ésta sería una secuela de aquella- que es pura disfuncionalidad: el abuelo está en silla de ruedas tras tener un accidente en el coche, el padre es un hombre entregado a las infidelidades, la hermana del padre (Isabelle Huppert, que también repite personaje) es una arribista fría como el acero en Helsinki, el hijo de ésta es un chaval medio imbécil que no para de meterse en líos y, finalmente, la niña pequeña es una asesina en potencia que parece heredar todas las infamias de su familia en su pequeño cuerpo. Hastiado de tener que pensar nuevas ideas o, quizás, buscando el reírse de sí mismo con una comedia que no hace la más mínima gracia -¡cómo va a ser una comedia una película que empieza con una niña matando a su madre!-, Happy End es un megamix de muchos de los conceptos sobre la angustia y la tortura que el cineasta ha ido desgranando a lo largo de su obra, sólo que aquí están puestos sin orden ni concierto. Y mejor no hablar del timing de la obra, que a su lado Tsai Ming-Liang parece ir tan rápido como los Hermanos Marx. Para el recuerdo de esta película sólo quedará el momento karaoke, en el que el hijo disfuncional de la cinta interpreta como un poseso el 'Chandellier' de Sia. Pero es que si alguien es capaz de fastidiar una escena de karaoke mejor que deje el cine (ahora mismo sólo me viene un caso: el de Sergi López cantando 'Enjoy the Silence' en Mapa de los sonidos de Tokyo).

    Les Compagnons du Cinéma / France 3 Cinéma / Région Ile-de-France

    No estuvo tampoco acertado Michel Hazanavicius que adapta en Le Redoutable el libro de la actriz Anne Wiazemsky 'Un año ajetreado', donde se relata su historia de amor con el cineasta Jean-Luc Godard, de quien fue primera actriz en películas como La chinoise (1967) o Week End (1967). El director de The Artist (2011) trata de emular imágenes de la obra de Godard en su cinta, pero la sale igual que la apropiación de las formas del cine mudo en su oscarizada cinta: es capaz de reconocer las formas pero sigue sin entender su contenido. Es indudable que la película, sobre todo en su primer tercio, es ciertamente simpática, con Louis Garrel dando vida al cineasta de Al final de la escapada (1960) como si fuera un cruce de Sheldon Cooper (el de The Big Bang Theory) y Juan Carlos Monedero (el de Podemos). Hazanavicius nos cuenta algo que ya sabíamos todos: Godard siempre ha sido un imbécil de cuidado, ahora, un imbécil que cambió la historia del cine y cuya obra aún no ha sido superada por nadie (como mucho Chris Marker). Por eso la idea de que un director tan falto de estilo hiciera una comedia romántica con Godard como protagonista es tan irreverente que hasta podía hacernos gracia. Por desgracia la película, a medida que avanza en el metraje, se va volviendo más y más amarga, más y más repetitiva, más y más pesada. Y el único asidero que nos queda para sobrevivir a ella es la presencia de Stacy Martin dando vida a Anne Wiezamensky.

    Element Pictures, A24, Film4

    Cerramos con la última película vista en competición: The Killing of a Sacred Deer del cineasta griego Yorgos Lanthimos, que repite con Colin Farrell (tras la muy divertida Langosta, 2015) y añade a su troupe a la cada vez más atrevida Nicole Kidman. Nueva película del festival que aborda el sufrimiento a dos bandas -y ya van unas cuantas: Haneke, Östlund, Mundruczó…-, el de los protagonistas y el del espectador. Con una mayor carga en la parte cómica, el filme cuenta como una familia burguesa -padre, madre, hijo, hija- se ve acosada por un joven malnacido que busca vengarse del páter familia (Colin Farrell), el cirujano que acabó con la vida de su progenitor en una fallida operación (coincide incluso argumentalmente con Jupiter’s Moon). Como un El cabo del miedo (1991) siendo Max Cady un adolescente con granos y una puesta en escena de una frialdad kubrickiana, la película funciona bien mientras lo que predomina es el suspense y el absurdo, y muy mal cuando esta se vuelve directamente exploit. Igual es que estoy harto de ver tanto sufrimiento en pantalla en este festival, pero no pienso volver a ver esta película. Que les den.

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