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    El único superviviente
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El único superviviente

    Huesos que se rompen

    por Quim Casas

    Peter Berg es un actor secundario, extraño y sin definir ('La última seducción', 'Girl 6', un papel en la teleserie 'Alias', 'Collateral', 'Ases calientes', 'Leones por corderos') y un director al que resulta difícil encasillar salvo en una idea más o menos salvaje a la hora de afrontar cualquier género: 'Very Bad Things' en la comedia, 'Hancock' en la desnaturalización del relato de superhéroes, 'Battleship' en el músculo contra la invasión alienígena, 'La sombra del reino' en el bélico ambientado en la guerra del Golfo.

    Con su última película tras la cámara, 'El único superviviente', Berg regresa a la época de su último filme, aquí en una montaña pelada en Afganistán en la que una patrulla de marines estadounidenses se defienden como pueden del ataque de las fuerzas talibanes. Más allá del contexto, si es que podemos aislarnos de él, de las proclamas patrióticas y de lo buenos y éticos que resultan ser los marines en cuestión, quienes por no liquidar a unos pastores afganos que se encuentran en plena misión se convierten en objetivo de decenas de hirsutos talibanes, 'El único superviviente' intenta convertirse en una experiencia estrictamente sensorial, física, cuerpo contra roca, huesos contra salientes.

    Porque Berg, cuando no tiene que lanzar frases altisonantes sobre el papel de los Estados Unidos ni filmar escenas sonrojantes en las que el marine superviviente del título es protegido por una familia afgana sin que se nos explique en ningún momento porqué –coronado por el indignante abrazo de un niño afgano cuando el marine en cuestión, Mark Wahlberg, es liberado por fin–, concibe su película como el reverso de las clásicas hazañas bélicas: cuerpos que caen o ruedan por peñascos afilados, el crujir de los huesos al golpear contra las rocas, las piernas que se quiebran en plena huida, los impactos secos de los disparos, la sangre que nubla la vista y enrojece el globo ocular, el ir de un lado a otro sin sentido, las astillas que ciegan los ojos, la montaña que se sube y no se puede bajar…

    A Sam Fuller, el gran teórico y práctico del cine bélico estadounidense –un género que carece de autores más allá de Fuller, Wellman, Walsh, Hathaway, el Mann de 'La colina de los diablos de acero', el Ray de 'Bitter Victory' y el Spielberg del inicio de 'Salvar al soldado Ryan'–, le gustaría sin duda esta parte del filme de Berg. Lo otro le daría bastante risa.

    A favor: las características estrictamente físicas, primitivas, del relato.

    En contra: que ese relato se agota pronto y debe hincharse de proclamas patrióticas.

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