No, no se trata de la secuela de la abominable “Centurión” de Neil Marshall. Casi diría que es todavía peor. Atención: ¿alguien desea contemplar a dos arcángeles en plan Terminator destrozando un local mientras se disputan la confianza de su Jefe? Algo tan peregrino no se justifica ni calzando el subproducto en la famosa serie B, cajón de-sastre para algunas películas que jamás debieron ver la luz, para permanecer eterna y merecidamente en los oscuros sótanos del olvido. Ahora Dios parece haberse cansado de “tanta gilipollez”, lo cual no nos extraña en absoluto, y decide cortar por lo sano y lo enfermo, y poner a la humanidad en un nuevo cero absoluto, tal vez para intentar un nuevo experimento evolutivo. Pero claro, existe una última y doble esperanza para la agotada humanidad: la inquebrantable fe de San Miguel en el género humano, en su capacidad de amar al prójimo por encima de lo racional o recomendable, y la posibilidad de un nuevo redentor que salvará al mundo, guiándole por la senda del Bien. En fin, con tales premisas poco puede hacerse si uno decide tomarlas solamente como pretextos argumentales para desplegar un sonrojante espectáculo de acción, sin plantearse siquiera la posibilidad de una conversación medianamente interesante acerca de la culpa, la redención, la moral o la propia naturaleza de Dios y la realidad que está a punto de desaparecer. El paupérrimo guión se limita a pertrechar a los asediados (nueva variación de zombis asaltando establecimientos), entre cuyos eximios integrantes se cuenta el rebelde Miguel (¿qué ha sido de ti Paul Bettany?), y obligarles a interaccionar sin demasiado sentido dramático en pos de una supervivencia que, como era previsible, solo alcanzará a la sagrada familia: la Madre descarriada que finalmente acepta la anunciación y el destino que se le impone, el Padre amante abnegado que acogerá al hijo como suyo, y el propio Hijo elegido del que nada más se nos cuenta, sin apelar siquiera a la tan socorrida profecía de ancestral arraigo. Todo se desmorona como un desequilibrado castillo de ángeles y finalmente el cielo se abre para el espectador cuando el ansiado final da paso a los créditos autorales. Momento en el que conviene abandonar a toda prisa la sala oscura o sepultar la película bajo una legión de apocalípticos improperios. Vade retro.