Todo parecía indicar que Barbie sería una comedia ligera, un desfile de estética kitsch y frases hechas. Pero lo cierto es que Greta Gerwig ha hecho algo bastante más interesante. La película juega a ser muchas cosas a la vez: sátira, cuento pop, musical, reflexión feminista y hasta terapia colectiva en technicolor. No siempre le sale bien, pero cuando acierta, deja huella.
Margot Robbie brilla con una mezcla de ingenuidad y conciencia, como una muñeca que empieza a hacerse preguntas incómodas sobre el mundo que la rodea. Ryan Gosling, por su parte, roba cada escena como un Ken entre el ego inflado y la ternura torpe. Ambos tienen química y saben reírse de sí mismos, lo que sostiene muchos de los momentos más locos del guion.
Lo que más sorprende es cómo la película pasa del humor absurdo al discurso profundo casi sin avisar. Hay una escena concreta —seguro que sabes cuál— que se clava por lo que dice y por cómo lo dice. Y aunque a ratos el mensaje se repite demasiado, se agradece que se atreva a hablar sin miedo, sin condescendencia y sin disfrazar su intención.
No todo funciona. Hay partes que se sienten forzadas, otras que caen en lo obvio. Pero es de esas películas que se quedan contigo, que dan pie a conversación y que no se olvidan al salir del cine. Y eso, en estos tiempos, ya es bastante.
Greta Gerwig ha jugado con fuego y, aunque no siempre controle la llama, ha conseguido que Barbie vuelva a estar en boca de todos... pero por razones muy distintas a las de siempre.