Cuando pensamos en los grandes comediantes de la historia, solemos caer en la
tentación de pensar que el talento cómico se basta a sí mismo. Y, de hecho, es
incuestionable que, para el humorista, la comicidad es un misterio oculto en los
pequeños detalles: la tierna sonrisa de Chaplin, el prodigioso físico de Keaton, la
mandíbula desencajada de Jerry Lewis, la mirada abatida de Bill Murray... En este
sentido, Rowan Atkinson es un humorista con un genio particular, capaz de aunar
en su rostro narigudo y eternamente asqueado el pasmo disimulado de Peter Sellers
(sin pasarnos: Sellers pertenece al Olimpo y Atkinson es un talentoso mortal) y la
histeria desatada de Jim Carrey. Cualidades como esta permiten a Atkinson regalarnos
momentos de gloria, como la escena de ‘Johnny English Returns' en la que, durante una
reunión de la cúpula del Servicio Secreto Británico con el Primer Ministro, el cómico
emprende una lucha sin cuartel con el controlador de altura de una silla muy rebelde.
Aislado del filme que lo envuelve, el gag brilla como una gran victoria del humor físico,
pero...
En su conjunto, la secuela de ‘Johnny English' (2003) es una película más bien
mediocre. El planteamiento no ofrece ninguna novedad. La idea es parodiar la saga
de James Bond guiñándole el ojo a la larga nómina de torpes agentes secretos (y
detectives) que nos ha regalado el cine, de Maxwell Smart, el Superagente 86, al
inmortal Jacques Clouseau de ‘La pantera rosa'. Al principio de la película, Johnny
English (Atkinson), como el inolvidable Topper Harley (Charlie Sheen) de ‘Hot Shot
2', se halla recluido en un templo budista fortaleciendo cuerpo y alma, pero pronto
deberá regresar al servicio de su majestad para solventar un conflicto de espionaje
internacional. Atkinson, más canoso y arrugado que antaño, se pasea por la película
ocultando tras la facha de petulante agente secreto a su creación más memorable: ese
inepto con espíritu de sociópata llamado Mr. Bean. El problema es que el envoltorio no
da la talla. El irregular guión provoca que los mejores gags queden ensombrecidos por
aquellos fallidos y la apuesta más arriesgada e interesante de la película, la idea de que
los personajes que rodean a Johnny English no sean cómicos (convirtiendo la película
en una batalla del humorista contra el mundo), no termina de cuajar. La excepción a la
regla la impone esa killer anciana que se pasea por la película repartiendo munición y
estopa con la ridícula mala leche los grandes villanos de la saga Bond, una franquicia
que, en las hilarantes épocas de Roger Moore y Pierce Brosnan, estuvo a punto de dejar
sin trabajo a aquellos que pretendían parodiarla.
A favor: Los gags triunfales: la silla rebelde, el English hipnotizado o el aguante
testicular del héroe.
En contra: Atkinson parece estar más sólo que la una en sus empeños humorísticos.