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    360. Juego de destinos
    Críticas
    2,0
    Pasable
    360. Juego de destinos

    ¿Todo está conectado?

    por Mario Santiago

    Fue en los años 90 del pasado siglo, en el seno del cine de autor norteamericano, donde proliferó con fuerza el cine de historias cruzadas, un cine donde el drama existencial se extendía cual agente vírico por un paisaje urbano teñido de alienación. Películas como la notable 'Vidas cruzadas' de Robert Altman —basada en relatos de Raymond Carver— o la desbordante 'Magnolia' de Paul Thomas Anderson trabajaban con una concepción sinfónica del drama, donde las aflicciones se transmitían entre diferentes personajes dibujando un desalentador panorama social. Eran películas que ponían un pie y medio en el moralismo más temible, pero que hallaban su salvación en la energía y riqueza formal desplegada por sus directores (sobre todo en el caso de P.T. Anderson). Luego, ya en el siglo XXI, el cine de historias cruzadas elevaría su orden de magnitud para encaramarse al mundo globalizado. Un proceso de afectación que alcanzaría su cenit gracias a 'Babel', del mexicano Alejandro González Iñárritu, una película que no se contentaba con retratar una aflicción compartida, sino que necesitaba repartir culpas, castigos y perdones —de forma bastante aleatoria— entre los infractores de la ley moral. Una misión en la que González Iñárritu encontró a su mejor socio en el canadiense Paul Haggis, que igualó la apuesta con la oscarizada 'Crash', que ahogaría el subgénero en una asfixiante maraña de juicios sumarios.

    '360: Juego de destinos', la nueva película del brasileño Fernando Meirelles, resigue la senda pautada por González Iñárritu y Haggis, tejiendo un drama global —la acción se desarrolla entre Viena, París, Londres y Colorado— a partir de los sinsabores de un plantel de personajes tocados por la congoja. La idea es que cada una de las breves viñetas dramáticas escritas por Peter Morgan (el guionista de 'The Queen' y 'El desafío - Frost contra Nixon') encuentre una resonancia en el resto de pequeñas fábulas morales que componen el film. El problema es que el forzado nexo de unión entre las historias se intuye demasiado artificial: más un truco de geometría dramática que una auténtica radiografía del malestar global. El correcto trabajo actoral de actores como Jude Law, Rachel Weisz o la brasileña Maria Flor permiten disfrutar de una pequeña tragedia matrimonial o de un relato de infidelidad; sin embargo, la consistencia del conjunto es tan frágil que resulta difícil otorgar credibilidad al cúmulo de sufrimientos.

    En este cine global de historias cruzadas caben todos los dramas. Del lado racial/religioso, está el desamparo de un viudo musulmán (Jamel Debbouze) cuyo credo le impide hacer realidad un amor platónico. Del lado social, tenemos a una mujer eslovaca (Lucia Siposová) empujada a la prostitución por la miseria económica. Del lado sentimental, la historia de un padre (Anthony Hopkins) que busca a su hija desaparecida hace años. Y en el extremo más esperpéntico, hallamos el caso de un hombre condenado por un delito sexual (Ben Foster) al que permiten enfrentarse a una tentadora situación de riesgo (¡sin supervisión alguna!) para probar que está reformado. Este dantesco panorama se va entrelazando a partir de encuentros casuales —en realidad dictados por la pluma de Morgan— que remiten a esa narrativa sin centro neurálgico que ya ensayaran Max Ophuls en un clásico como 'La ronda' o Richard Linklater en una película de culto como 'Slacker'. La diferencia es que ninguna de esas películas ponía tanto empeño en empujar a sus protagonistas al borde del abismo dramático… para luego redimirlos gracias a inesperados golpes del destino.

    Para dar cohesión al conjunto, Meirelles (responable de títulos como 'Ciudad de Dios', 'El jardinero fiel' o 'A ciegas') echa mano de su talento como narrador; sin embargo, la avalancha de desdibujadas situaciones dramáticas es tan vertiginosa que el trabajo de dirección acaba tendiendo hacia un cierto efectismo (en el empleo del montaje, por ejemplo). Por su parte, el uso de pantallas partidas funciona mejor cuando reúne a dos personajes de un mismo hilo narrativo que cuando sirve de puente entre múltiples historias. A la postre, es esa ansia por conectarlo todo —incluso lo que es parece no guardar relación alguna— lo que termina mermando el alcance de la película.

    A favor: La presencia de Rachel Weisz.

    En contra: La fragilidad del castillo de cartas dramático que construye el film.

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