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    La voz dormida
    Críticas
    1,0
    Muy mala
    La voz dormida

    Indignación desperdiciada

    por Carlos Losilla

    Antes que nada, hay que hablar de las que hubieran podido ser las virtudes de este tercer yúltimo largometraje de Benito Zambrano. La primera es la coherencia con que recupera elterritorio de 'Solas' (1999), esa red de relaciones femeninas que componen todo un universoen el que el realizador parece sentirse tan cómodo y satisfecho. La segunda es la ferocidad conque representa algo casi siempre ausente de las ficciones cinematográficas españolas sobrela guerra civil: el ignominioso papel que desempeñaron todas las instituciones reaccionarias–incluyendo la iglesia— en la represión posterior al conflicto. Sin duda, los pocos momentosde 'La voz dormida' en los que asoma una cierta emoción, para ocultarse nuevamente deinmediato, se reparten entre esas dos apuestas, muestran el sufrimiento femenino encontacto con un aparato implacable, las torturas y las humillaciones, la arbitrariedad de unnuevo poder sustentado en la ausencia absoluta de piedad por parte del vencedor. Dichoesto, sin embargo, no hay más remedio que volver a la cruda realidad y hablar sobre elresultado final, sobre las claras insuficiencias de un relato que oscila entre lo convencional ylo histriónico, que utiliza ese dolor que retrata como arma arrojadiza contra el lagrimal delespectador, que mendiga constantemente su complicidad ideológica, y que por lo tanto acabasiendo tan prepotente como la España que pretende describir.

    Basada en una novela de Dulce Chacón, ese título falsamente poético ya debería ponernossobre aviso. En efecto, 'La voz dormida' intenta describir la andadura paralela de dos hermanasen la inmediata posguerra. Una de ellas es joven y ostenta un gracejo andaluz que cae enla caricatura, en el arquetipo de sainete a lo Álvarez Quintero. La otra ha luchado por laRepública, está encarcelada a la espera de una sentencia y representa el lado trágico delrelato, que poco a poco se irá adueñando de él hasta saturarlo por completo. El choqueentre ambos registros debe soportar, además, un diseño de producción que querríainstalarse en una abstracción dibujada por los contrastes fotográficos y, en cambio, cae en lainverosimilitud, el exceso y una utilización del melodrama que anula cualquier posible emociónmás o menos sutil o delicada. En su lugar, la película recurre siempre al efectismo, a la lágrima,al abandono de la reflexión o el análisis en favor de un discurso unilateral y monocorde. Comocomprenderán, la honestidad ideológica cae en desigual combate con esta total ausencia depudor cinematográfico, y el resultado no tiene vuelta de hoja: otra película acartonada sobrela posguerra, otra muestra del cine español más viejo, sin ninguna densidad formal, sin ningúnpliegue donde alojarse cuando aquello que estamos viendo cae en el pozo profundo de ladiscursividad y el artificio.

    Lo mejor: La claridad de su posicionamiento político.

    Lo peor: La farragosidad estética (y por lo tanto ética) de esa toma de partido.

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