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Un visitante
4,0
Publicada el 4 de marzo de 2013
En el momento que atraviesa el cine actual, que está plagado de secuelas, precuelas,... y de todo aquello que nos cuelan o lo intentan, "un planeta solitario" brilla por su originalidad. La película además está cargada de mensaje y nos muestra, en un entorno de aventuras e incertidumbres, el deterioro de una relación.
Supongo que Julia Loktev quería mostrarnos la belleza de la convivencia entre el ser humano y la naturaleza, a través del uso de infinidad de planos alejados viendo los pasos de nuestros protagonistas: una pareja joven que hace turismo junto a un guía local por las montañas del Cáucaso, en Georgia. Sin embargo la cosa no acaba de funcionar, la película se hace extremadamente lenta y muy repetitiva, con planos que enfocan a paisajes durante casi medio minuto, haciendo que las dos horas de la película acaben siendo una tortura para el espectador. Los personajes tampoco son extremadamente profundos, he supuesto que se intenta llegar al público mostrando a sus personajes totalmente humanos, pero en mi opinión estaban excesivamente sobreactuados. Seguramente hay gente que hable de ella como "una película con grandes paisajes y mucha profundidad entre sus personajes", pero entre nosotros: para ver la belleza de la naturaleza me paso al National Geography.
Es una de esas películas que te dejan con un sabor de boca agrio. Empiezas a valorar la vida de otra manera y te olvidas de los problemas que existen a tu alrededor. Te centras y te adentras en ese mundo que te muestran y te hacen participe de él como un espectador y que dan ganas de estar ahí y poder vivir esos momentos.
El tortuoso camino de una pareja por un escenario tan bello como desolado, es el detonante de la falta de comunicación y sinceridad entre dos personas que hablan diferentes idiomas y se distancian ante las duras pruebas de la madurez.
El silencio es un recurso sumamente utilizado tanto para explorar territorios emocionalmente inaccesibles como para, en no pocas ocasiones, ocultar carencias bajo una pátina de supuesta profundidad. La película de Julia Loktev, protagonizada en su aspecto más meritorio por el siempre solvente Gael García Bernal, se debate entre los dos polos antes citados, por un lado al tratar deliberadamente de construir una historia sin retales ni escurrajas, despojada de todo artificio, buscando en todo momento un acendramiento expresivo a través de su austera sobriedad, también una cierta serenidad otorgada por un silencio que aspira a ser atronador al quedar enmarcado en una especie de paisaje lunar, un lienzo topográfico sirviendo a la vez de marco y proyección para las emociones soterradas que aflorarían inexorables con la cadencia del secreto susurrado; y, por otro, utilizando precisamente esa misma geografía emocional para esconder las limitaciones narrativas de una propuesta cuyo fundamento orgánico -manifestado en ciertos momentos de intimidad y que no conviene revelar al espectador para mantener así todo su inicial interés- acaba transformado en mera anécdota, como un mohín desvaído, difuminado tras la neblina de una cierta y pretenciosa vacuidad adornada con los oportunos y codificados toques dramáticos. Por eso la película no acabará de convencer al que haya depositado suculentas expectativas respecto a lo singular o heteróclito que augura, y sí en cambio a quienes llevados de una sana curiosidad sin excesivas pretensiones, y en ausencia de cualquier modalidad de impaciencia, se dediquen a disfrutar de un paseo errático por enclaves desolados y solitarios convertidos al cabo en la orografía de una metáfora sin fuste.
Julia Loktev intenta llegar al fondo de las personas. En esta película se mete dentro de esta joven pareja para diseccionarlos y mostrarnos un océano de sentimientos. Por ello nos sitúan en un lugar "solitario" como el propio nombre de la película indica. Es una película bella y natural que despierta el sentido aventurero y las ganas de explorar. Tal vez su mayor problema es la lentitud, a veces excesiva, y algún que otro plano mal encuadrado.
Una pareja camina en silencio por un lugar montañoso e inhóspito. Durante varios minutos continúan andando como si no tuvieran un objetivo. Realmente no lo tienen, se dejan llevar por el guía turístico que les introducirá en lugares que ellos han demandado, pero que por primera vez van a descubrir.
Durante el metraje de Un planeta solitario asistimos a multitud de secuencias de este tipo, muy parecidas a las vista en el experimento que llevó a cabo Gus Van Sant titulado Gerry. Una forma de cine contemplativo y también hermético, donde la narración convencional se rompe en aras de ofrecernos meros detalles en las vidas de sus protagonistas. A menudo seres meditabundos, que toman un suceso aparentemente anecdótico para después descubrir que ese momento puede ser determinante en su futuro, transformándolo inexorablemente.
La directora Julia Loktev traslada la acción a Georgia, donde dos jóvenes enamorados inician unas vacaciones como mochileros antes de celebrar su boda. No sería descabellado afirmar que Un planeta solitario toma como referente el clásico de Rosellini Te querré siempre, siendo un viaje al extranjero el detonante para mostrar la incomunicación en una pareja, que aquí se plasma directamente en el momento en que Alex enseña a conjugar verbos a Nica. Una forma sutil de añadir una mínimo información, de la poca que obtendremos en esta película, sobre unas personas que pronto comenzarán una vida en conjunto, y que durante su estancia en ese país lastrado por cruentos conflictos bélicos pondrán a prueba su relación.
Es complicado adentrarse en la propuesta. Su ritmo excesivamente pausado lo impide. Loktev utiliza un lenguaje frío y distante, anclado en planos dilatados con poca o ninguna acción, y supone un esfuerzo mayúsculo permanecer interesado en esta historia. Solo encontraremos instantes memorables cuando el desequilibrio emocional emerge entre los protagonistas, pero lamentablemente es la menos de las veces y no sostienen un relato cegado por las formas.
Con solo ver los preciosos paisajes que aparecen en este film merece la pena no perdérselo. Si a ello añadimos una historia que te engancha porqué es tan imprevisible que nunca sabes como va a continuar tenemos la mezcla perfecta para una buena película.