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    The Longest Week
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    2 Críticas del usuario

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    cine
    Un visitante
    3,0
    Publicada el 2 de marzo de 2017
    La pelicula no es tan mala, los personajes pues son encarnados por buenos actores, dicen que se parece al cine de Wes Anderson y pues si se parece un poco, las mejores escenas son cuando Jason Bateman y Olivia Wilde se estan enamorando, las conversaciones son muy fluidas y te enganchan, pero la falla esta al final, en el epilogo ay empieza el desastre, como un afan del director por hacer que todo suceda rapido y no hacer tan larga la película, hay esta la falla. La muisca es linda, los bellos sonidos del piano acompañando a los protagonistas, ellos 2 hacen una linda pareja, pienso que lo que fallo fue el guion, con un desenlace que no lleva a nada, no te hace sentir nada, ya que en el transcurso de la historia puedes hasta simpatizar con los protagonistas pero el final no propone nada, pero si vale la pena verla, la recomiendo.
    Lourdes L.
    Lourdes L.

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    3,0
    Publicada el 21 de noviembre de 2014
    "Cómo voy a simpatizar con unos personajes donde nadie sufre las consecuencias de sus actos, nadie aprende nada y nadie cambia"
    Conrad Valmont, 40 años, vive en un hotel desde la edad de nueve mantenido por unos padres que le dan sustentación económica para compensar su ausencia física y que dejaron su crianza en manos del personal del hotel; en plena crisis de divorcio parental le retiran su asignación mensual con lo que se queda en la calle sin dinero, oficio ni ganas de buscarlo; a pesar de su situación angustiosa pretende seguir con su vida vacía, artificial, de infertilidad y ausencia emocional por nadie; un accidente imprevisto pero muy oportuno le hace razonar, verse a si mismo, sentir la soledad y buscar un cambio interior que llene tantas carencias sentidas. Siete días de una larga semana de epílogo por-fin-me-he-encontrado-conocido-aceptado-crecido, narración de moraleja para consulta privada de psicología en adultos de madurez no iniciada o retardada.
    Jason Bateman, que tiene habilidad especial para encarnar personajes que sufren en silencio pero encuentran su salida, resignación y acomodo final, es el encargado de interpretar este personaje desaforado, necio y desaborido que sufre el síndrome de Peter Pan junto a un efecto Pigmalion -profecía autocumplida cuya expectativa incita a actuar y superar lo que se esperaba de si mismos al convertir dicha probabilidad en realidad- que, también sea dicho, es lo único interesante y atrayente pues este relato, proyecto existencial de descubrir la verdadera motivación de vida, de lograr los sueños de una real subsistencia y superar traumas infantiles, con un aire pretencioso al mejor Woody Allen de Nueva York y una voz en on que te va describiendo los personajes, sus sentimientos y variaciones va perdiendo atractivo conforme avanza y te cansas de esa constante imagen ideal y superficial creada, un inerte contenido de la obra artística que se ha fabricado para sí de estéril lectura e infructuosa visión que gracias a su corta duración, su posible cansancio y aburrimiento es de percepción ligera, tenue y vana al igual que todo lo narrado.
    Tiene aires de grandeza y originalidad en sus andares, de magnificencia en el conocimiento encerrado, de piedra filosofal con epílogo final donde descubre esa verdad oculta clave de la felicidad, sermón espiritual de hallarse en soledad y hacer las paces con el mundo y uno mismo, despertar de la ensoñación y abrirse a la realidad cumplida, todo un recetario glamouroso que no resulta motivador ni estimulante, insensible personaje que transmite su defecto de empatía al propio espectador, "Un niño grande" de tintes freudianos que obra la magia de conseguir su preciado juguete y que fue más divertido, atractivo y emocionante en la piel de Hugh Grant que no pretendía tanto y obtenía mucho más rendimiento y beneficio; aquí, aparte del baile retro que se marcan, el estilo teatral de fantasía moldeada y recreación encantada de nulidad profunda no complace ni seduce ni contenta.
    Con un inicio esperanzador que se diluye al ritmo de su ahogado avance su pretendida recitación de una crisis personal, emocional y presencial es presuntuosa, de sentimiento ausente y vivencia perdida para el vidente, una "enfermedad de la broma" cuya representación no hace gracia y cuya curación de ese "tumor cerebral" que la provoca no es aliciente suficiente para su gozoso visionado. en realidad, poco o nada lo es en este primer filme de Peter Glanz que abarca más de lo que puede y no controla los recursos utilizados.
    Con más experiencia será otra cosa, hasta entonces, sabe a poco y escaso esta nimia representación sin ingenio ni vivacidad, enamorada sólo por el creador que le da forma y cuya semana no ha sido ni tan larga ni tan complicada ni tan expectante como se esperaba.
    Figurar y significar, aquí, no parecen sinónimos pues desfiló el primero pero, el segundo nunca se certificó más allá de su soberbia e insustancial insinuación.
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