Lo primero que quiero dejar claro es que David O. Russell NO comete errores, David O. Russell sabe lo que quiere decir, sabe lo que quiere hacer y sabe lo que se hace cuando lo dice. El error no es suyo, y aún corriendo el riesgo de exponerme ante una posible decapitación acordada por su desgañitada oleada de haters, debo decir que el fallo descansa en los incrédulos que simplifican su visión, la que recae sobre la nación al completo y sobre sus desesperados habitantes, ya sea en el ejército, en el deporte, en el amor o en el crimen. Lo falso es aquello que decidimos por nuestra propia cuenta, aquello en lo que deseamos reconocer la evidencia e identificarlo como falso, algo no real, aquello que con el paso del tiempo saque a relucir los flecos que han tejido los múltiples aspectos de dicha cosa, convirtiéndola al final en un mero maniquí al que poder señalar con el dedo y apartar del resto. Sin detenerse a pensar que la única diferencia entre el culpable y los delatores, es la fuerza con la que sostienen sus argumentos frente a una gran mentira que va desde la valoración del juez a la nítida mancha del borrador que se ha puesto a prueba en la sala, con las normas de cada uno entrecruzándose en un círculo vicioso sin conclusión aparente, el eterno circo del estafador y el estafado. Y no nos vayamos a confundir: ‘La gran estafa americana’ es, como bien reza su título, un engaño de los pies a la cabeza, un artificio, un puzzle que juega con ventaja, siempre por delante, siempre atenta a las señales. Y para cuando quieres darte cuenta el dinero se esfuma, ya te lo han sacado de la cartera, depende de ti decidir acerca de la calidad de la inversión, puede sentarte mejor o peor, pero lo que es innegable es que ya existía un trazado en el tablero… ensañarse con sus normas significa dejar en evidencia tu criterio. Esta película, de carácter interiorista e invadida por un incontrolable y desatado look setentero (digno deudor del Hollywood más clásico y sus milagrosos zooms), embotella un pedacito de corrupción aislado y verídico de toda esa orgía de escándalos que representa Estados Unidos, evitando los detalles escabrosos y alejando su tónica de los aspectos más o menos viscerales del caso ABSCAM, logrando encontrar una voz distinta que justifique su defensa al enfrentar su estampa con las (ya imparables) similitudes y comparaciones entre O. Russell y Martin Scorsese... //// Podéis leer el resto de nuestra reseña en el blog...