Llevaba tiempo escuchando que este Frankenstein de Guillermo del Toro era un desastre, que si era demasiado grandilocuente, que si se perdía en sí misma… y al final me ha pasado justo lo contrario: me ha gustado más que la mayoría de versiones modernas. Incluso más que la de De Niro, que siempre me dejó a medio camino entre el respeto y la indiferencia. Aquí, al menos, noto vida, intención y un cariño enorme por la criatura.
Del Toro hace lo que siempre hace cuando se mete en un mito: lo desmonta y lo vuelve a montar desde el corazón. A veces se pasa de barroco, sí. A veces quiere decir tantas cosas a la vez que la película amenaza con escapársele de las manos. Pero qué quieres que te diga: prefiero esto, una obra rebosante de pasión, antes que esas adaptaciones frías que van de fieles y luego no transmiten nada. Aquí cada plano tiene un cuidado que se nota incluso cuando no estás del todo de acuerdo con las decisiones narrativas.
Lo que más me ha sorprendido es Jacob Elordi. No esperaba que funcionara tan bien como criatura, pero tiene algo magnético, una mezcla de vulnerabilidad, rabia y desconcierto que encaja perfecto con el tono de Del Toro. Es un monstruo que te mira como si pidiera perdón por existir, y eso pesa. La película casi entera gira sobre esa mirada, y por eso, cuando funciona, funciona de verdad.
La estética es marca Del Toro total: gótica, húmeda, exagerada, casi operística. Hay momentos que son pura postal, otros que rozan lo teatral, pero en conjunto crean una atmósfera que sí me ha atrapado. Quizá no tenga la precisión narrativa que algunos esperaban, pero tiene una emoción sincera que hoy en día es difícil encontrar en un blockbuster. Y eso vale.
¿Perfecta? No. ¿Irregular? A ratos, claro. Pero está viva, que es justo lo que muchas versiones contemporáneas de esta historia no pueden decir. Del Toro se deja el alma aquí, y aunque la película sea demasiado grande para controlarla por completo, es imposible no valorar ese intento brutal y honesto de devolver humanidad a un monstruo que llevamos siglos mirando sin verlo.