La Criatura de Del Toro
por Andrea ZamoraHay algo que impacta cuando lee a Mary Shelley y su Frankenstein. Choca como un proyectil lanzado con la velocidad de la luz: la tremenda humanidad que desborda una historia sobre una criatura creada a partir de desechos humanos. Impresiona porque la de Shelley es una de esas historias en la que los temas se ramifican hasta el infinito a partir de una única idea.
La escritora británica confeccionó un relato gigantesco. Frankenstein es un debate filosófico sobre la moral y la ética humana, una historia sobre la responsabilidad que tenemos hacia lo que nace de nosotros, una encrucijada sobre si el hombre o la criatura es el verdadero monstruo, una narración sobre la maldad humana, sobre la venganza, sobre la bondad, sobre la redención y sobre el perdón. Lo de Shelley, en realidad, se parece más a una de esas películas de ciencia ficción en las que la ciencia ficción no es más que una excusa para hablar de otras cosas que a una superproducción de Hollywood. El corazón del relato de la escritora es -y siempre será- la relación entre Victor Frankenstein y la Criatura.
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Si impacta la tremenda humanidad de la novela de Shelley, también lo hace que un mago de los monstruos como Guillermo del Toro haya creado una película que parece estar más centrada en lo superficial que en lo íntimo. Su Frankenstein está demasiado engalanada y da más importancia a lo estético en detrimento del núcleo central del relato: la relación entre creador y creación. El mundo que construye Del Toro para habitar la historia es uno atractivo, sí, pero los personajes que lo pueblan son, en ocasiones innecesarios -el caso del de Christoph Waltz-, en otras están mal dibujados -el de Mia Goth- y, a veces, son excesivos -el de Oscar Isaac-.
Se aplaude que Del Toro apueste por los efectos prácticos, pero ahí radica también parte del problema de su película. Shelley no se molestó en explicar el procedimiento por el cual Victor da vida a la Criatura. Porque, de nuevo, el corazón de la historia no es ese. La propuesta del cineasta mexicano hace demasiado hincapié en ello, en todo lo que supone para el personaje de Isaac su experimento, y en la locura de un doctor que chirría demasiado a medida que evoluciona el relato.
Se celebra, también, que Del Toro haya buscado una adaptación fiel con respecto a la estructura. Shelley escribió una novela epistolar centrada en los relatos del creador y de su creación. El director da tiempo en su película a que cada una de las partes cuente su historia. Es así también como queda patente que el único que parece haber entendido de qué va todo esto es Jacob Elordi, el encargado de dar vida a la Criatura.
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El físico de Elordi, de casi dos metros de altura, juega a favor del personaje. Primero, para encontrar ese contraste entre monstruosidad e inocencia. Después, para mantener esos opuestos cuando se da cuenta de que es un ser condenado a la marginación por culpa de su físico. Más tarde, cuando alcanza la etapa de la ira y busca venganza. Elordi consigue dotar a una película, que peca de sobreexplicativa -sobre todo en el mal trato de Victor hacia la Criatura-, de la humanidad de la que rebosa la obra de Shelley.
Frankenstein se siente como una decepción. Es un proyecto que tenía todos los ingredientes perfectos para conseguir una adaptación de ensueño, pero cuyo resultado final es el mismo que cuando se rompe el hechizo más mágico de todos.