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    Ayer no termina nunca
    Críticas
    2,5
    Regular
    Ayer no termina nunca

    Estigmas de un futuro incierto

    por Quim Casas

    El último filme de Isabel Coixet va del relato de política-ficción (la acción acontece en 2017, en un futuro inminente donde el paro se ha cobrado muchas más víctimas que en la actualidad, y eso es poca ficción, aunque la noticia que se cuenta por la radio sobre el fichaje astronómico de un jugador de Crimea por parte del Barça si es de ciencia-ficción) a la crónica del reencuentro de una pareja cinco años después de su separación y de la muerte de su hijo, víctima de la negligencia médica causada por los recortes en sanidad.

    Combinar las dos cosas en un sólido cuerpo narrativo no resulta tan fácil como parece. 'Ayer no termina nunca' radiografía la sociedad del próximo futuro y eso, siendo un tema importante, importa bastante menos en la película que lo que evocan y lo que se escupen a la cara los dos protagonistas.

    Dos actores, dos cuerpos, dos voces, dos espacios y una cámara digital que recoge y fragmenta el reencuentro. Uno de los espacios simboliza los residuos de un país roto azotado por el viento y transmutado por la soledad de quienes lo habitan, un lugar de hormigón, funcionarial, donde no hay nadie y donde nadie espera a nadie. El otro parece asemejarse a una caverna nada platónica. En esa gruta, filmada en blanco y negro, los dos personajes, él y ella, Javier Cámara y Candela Peña –ecos de 'Torremolinos 73', de Pablo Berger, donde la supervivencia entre la pareja interpretada por los mismos actores era mostrada de otro modo–, piensan en voz alta y dicen lo que realmente querrían decir pero no se atreven a confesar en el otro lugar, en el otro plano, en color, en la realidad de su triste reencuentro.

    La idea es buena, y con solo dos personajes afrontando su crisis, su separación, su enanoramiento o su reencuentro, se han hecho grandes películas como la de Dreyer, 'Dos seres' (1945). El problema del filme de Coixet es que siempre debe estar presente el contexto social, y ello enmudece a veces los requiebros bastante mesurados que aparecen en la relación/encontronazo entre los protagonistas. Por otro lado, que sea una película auto-producida resulta de lo más consecuente con el discurso, a veces tan sincero, a veces tan epatante, que establece la directora; de ningún otro modo debería hacerse una obra cinematográfica en torno al desamparo de nuestros días, para los artistas y para los que no lo son, que no solamente ellos y ellas sufren –y además tienen altavoces, como la entrega de los Goya, que otros nunca podrán tener–, ya que de ser una producción estándar, cara, normal, nadie se la creería.

    A favor: la justeza de los actores, sobre todo cuando el drama declina.

    En contra: frases forzadas y epatantes, fisuras entre el discurso social y el simple relato de un reencuentro imposible.

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