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    Los caballeros blancos
    Críticas
    3,5
    Buena
    Los caballeros blancos

    Cooperantes y dilemas

    por Quim Casas

    No hay prácticamente ni una sola secuencia en Los caballeros blancos sin conflictos ni dilemas, sean de orden interno o tengan que ver con el exterior. La penúltima película del director belga Joachim Lafosse se aparta teóricamente del grueso de su obra, ya que suple las relaciones de familia o de pareja, tratadas de manera muy tensa y frontal, por un tema de alcance más global, los esfuerzos de un grupo de cooperantes para conseguir que trescientos niños huérfanos del Chad puedan salir del país y sean adoptados legamente por familias francesas. Y si hasta la fecha, y después –su película posterior, L’Économie du couple, vuelve al redil de sus temáticas y estilo habituales–, Lafosse ha preferido la radiografía íntima de personajes cercanos, ahora, al pasar a un contexto y unas figuras dramáticas bien distintas, continúa incidiendo en el enfrentamiento y el choque emocional. Lo que varía es el cariz del conflicto y, quizá, la importancia del dilema y su resolución.

    Los caballeros blancos no da tregua a sus personajes, lo que no quiere decir que tenga un ritmo vertiginoso. Este es uno de los misterios del estilo de Lafosse, que atempera, sin que nos demos cuenta de cómo lo hace, las situaciones y momentos más elocuentes y tensionados. Los personajes tienen que resolver alguna situación límite prácticamente en cada secuencia, y así avanza el filme, de conflicto en conflicto, aunque algunos queden pendientes: de la burocracia internacional a la imposibilidad de conseguir un permiso de aterrizaje, de un ataque pirata en la carretera a una mujer que intenta desesperadamente darle a los protagonistas su bebé, de las enfermedades a las formas diferentes de entender la cooperación que tienen Arnault (Vincent Lindon), el director de la organización Move for Kids, y algunos de sus colaboradores.

    El relato avanza entre situaciones límite que deben solucionarse y estallidos internos fruto de esa misma situación límite, inalterable, a la que han llegado los personajes. Todo acaba siendo un conflicto: una mujer baja a desayunar vestida sin el uniforme de la ONG y otra integrante del grupo se lo recrimina diciéndole que no están precisamente de vacaciones en el Chad. Lafosse gradúa la tensión permanente y hace equilibrios, como sus personajes, para que todo salga adelante, para que el relato llegue a un final que no es precisamente el happy end que nos habría ofrecido una coproducción internacional o una película de Hollywood sobre un tema similar.

    Lafosse ha dado un salto peculiar en su andadura. La recepción ha sido menor a la que merecía, pero Los caballeros blancos no es un accidente en su trayectoria. Habla de lo mismo, la divergencia entre personas que se respetan o se han amado, pero en otra situación, una geografía distinta y con un grupo humano en vez del microcosmos reducido de la pareja o la relación entre una madre y sus hijos. Y parafraseando uno de sus anteriores (y mejores) filmes, los protagonistas de Los caballeros blancos también tienen derecho a perder la razón.

    A favor: la manera seca y austera de mostrar los conflictos internos de una ONG.

    En contra: que el filme sea visto como una simple anomalía en la carrera de su director.

     

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