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    En la Vía Láctea
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    En la Vía Láctea

    Cuando las ocas se bañan en sangre

    por David Saavedra

    El cine de Emir Kusturica siempre ha sido generador de filias y fobias extremas, en especial cuando más ha radicalizado su humor más negro y surrealista. Es el caso de En la Vía Láctea, una tragicomedia ambientada en la Guerra de los Balcanes y que se ha vendido como “un cuento de hadas moderno” con altas dosis de algo parecido al realismo mágico y ese humor delirante de regusto felliniano. No es el único referente cinéfilo que se puede rastrear: en un momento de la película, se habla de un reloj austrohúngaro, en un más que probable homenaje a Berlanga (no deja de recordar la película, en algunos momentos, a “La vaquilla”, de 1985) y otro, sin duda precioso, el que presenta al personaje de Monica Bellucci como una mujer obsesionada con ver una y otra vez un filme que no es otro que “Cuando pasan las cigüeñas” (Mikhail Kalatozov, 1957).

    La realidad más cruel del conflicto convive con personajes y situaciones grotescas y una historia de amor imposible, maldito por culpa de la guerra. Lo protagonizan un lechero al que tildan de loco por un pasado familiar atroz –interpretado por el propio Kusturica- y una mujer italo-serbia (Bellucci) de orígenes igualmente oscuros, perseguida y tildada de mantis religiosa y, al tiempo, forzada a contraer matrimonio con un héroe de guerra. No resulta demasiado creíble ese romance enloquecido (sustentado en el típico “tú y yo somos iguales por el pasado que arrastramos”) y, al tiempo, rodeado de confusos simbolismos encarnados en secuencias submarinas, halcones que bailan, serpientes que beben leche y ocas que se bañan en sangre. Toda la dimensión alegórica de la historia se muestra, además, con unas imágenes cuyo engolamiento termina por atragantarse y generar mucha distancia con respecto a los personajes. Las aves digitales que sobrevuelan la película resultan mucho más falsas que las cigüeñas de Kalatozov.

    Lo mejor: Frente a la famosa teoría de Hitchcock, Kusturica se revela como un asombroso director de animales.

    Lo peor: El exceso de engolamiento simbolista y la confusión general.

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