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    Han Solo: Una Historia de Star Wars
    Críticas
    3,5
    Buena
    Han Solo: Una Historia de Star Wars

    Cowboys galácticos

    por Alejandro G.Calvo

    No pintaba bien este spin-off de Star Wars, el segundo tras la notable Rogue One (2016), con un rodaje plagado de problemas y que acabó por solucionarse con el despido de los directores de la cinta: Phil Lord y Christopher Miller. ¿Demasiado transgresores para un universo que desde el fandom se exige continuismo y no innovación? Lord y Miller son los cerebros mutantes que firmaron Lluvia de albóndigas (2009), La Lego película (2014) e Infiltrados en la universidad (2014); ergo su nombre es símbolo claro de (a) comedia disyuntiva y (b) posmodernidad genérica. Dicen las malas lenguas que la principal queja vino del guionista de la película, Lawrence Kasdan -autor de los libretos de El imperio contraataca (1980) y El despertar de la fuerza (2015)-, ante las libertades que se tomaban los realizadores frente su trabajo y que eso, más la queja de algunos actores frente a las continuas tomas que se realizaban por secuencia, acabó con el despido de los directores y con el fichaje, cuando media película estaba ya filmada, del veterano Ron Howard –que en su día rechazó hacerse cargo de La amenaza fantasma (1999)- para ponerse a los mandos de la nave, valga la metáfora.

    Howard, cineasta artesanal donde los haya, perfectamente amoldable al modelo de “política de los productores” imperante en el Hollywood moderno, y autor de una decena de películas que ya han alcanzado la altura de iconografía pop: Turno de noche (1982), Un, dos, tres… Splash (1984), Cocoon (1985), Willow (1988), Apolo 13 (1995), Una mente maravillosa (2001) –esta me parece de lo más flojo de su carrera junto a la saga El Código Da Vinci (2006)- y Desapariciones (2003), entre otras; ha firmado un trabajo notable llevando esta película-génesis del icónico Han Solo a un terreno de corte clásico, donde la épica de la aventura prevalece por encima del aparataje espectacular que se le presuponen a este tipo de filmes. Más cercana, entonces, al espíritu de En busca del arca perdida (1981) que a Los últimos Jedi (2017), Han Solo: Una historia de Star Wars se descubre como un euro-western galáctico (hay planos que son un guiño precioso a Sergio Leone) donde un grupo de forajidos, liderados por Solo (o no), han de realizar una serie de “golpes” en progresiva escalada de tensión. La potencia cualitativa de la película se puede medir según el alcance de cada una de estas set-pieces, como digo, de ineludible aroma clásico: que la primera gran secuencia sea un robo a un tren enlazaría Han Solo con obras magnas del western como El último tren de Gun Hill (1959) o, mejor, La muerte tenía un precio (1965). Y, visto lo visto, no se puede negar la funcionalidad del asunto a una película cuya acción está más rodada que montada, algo muy extraño de ver en la estética del boom-crash! que puebla en los blockbuster contemporáneos.

    Cada vez es más difícil predicar a conversos en el Hollywood contemporáneo dado el absoluto desgaste de las distintas sagas y universos que dominan la industria americana a pie de talonario (de ahí que el éxito de Vengadores: Infinity War (2018) haya sido un triunfo sin paliativos de Disney-Marvel). Ellos mismos han sobre alimentando el fandom bajo el peligro de convertirlos en yihadistas cinéfagos capaces de enterrar a quien se atreva a mover una coma del cuadro esperado (que se lo digan a Rian Johnson). De ahí que la jugada de Han Solo, pese a cierta arritmia narrativa y algún personaje que sabe a poco –qué pena que no den más juego al Lando Calrissian de Donald Glover-, funcione pese a pecar de conservadora. Es difícil que la película moleste a nadie porque tampoco arriesga demasiado y, una vez definida su zona de confort, ésta se mueve cómoda entre los parámetros de un universo que, lejos de apagarse, logra renovarse sin apenas cambiar nada. Algo parecido pasa con su protagonista principal, Alden Ehrenreich, al que le tocaba la dificilísima tarea de cambiarle el rostro a uno de los personajes más queridos por la cinefilia moderna. Está claro que Ehrenreich está lejos de tener el carisma –esa suma de cinismo, romanticismo y compañerismo- del joven Harrison Ford, pero logra mantener el tipo sin que el asunto se tambalee a su alrededor; así que, frente a los malos augurios de la cinta, otro acierto más.

    Los gestos donde la película cede espacio a la conversión mitómana ya me interesan menos. Es ahí donde los conversos se bañan en un río de lava y tan contentos. Lo importante es que Han Solo logra funcionar al margen del aparato nostálgico que se le presupone a este tipo de filmes y que posee elementos súper-jugosos que disparan los picos de interés de la cinta: todos los androides molan mogollón, pero L3-37 roba la película cada vez que aparece, ¡enorme en todos los sentidos! Quizás la mejor prueba de que la película funcione es que es un título que crece a medida que pasan los días y eso no es algo que se pueda decir siempre…

    A favor: L3-37.

    En contra: La paradoja temporal que provoca la aparición en forma de cameo de un personaje de la saga.

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