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    Jimmy's Hall
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Jimmy's Hall

    Bailar, bailar, campesinos

    por Israel Paredes

    Jimmy’s Hall posee todo lo bueno y lo malo del cine de Ken Loach en su colaboración con Paul Laverty, su guionista desde La canción de Carla, en 1996, momento en que el cine del director británico continuó su estela combativa y atenta a la realidad política así como a lanzar esporádicas miradas al pasado, como en Jimmy’s Hall, aunque con ciertos cambios a la hora de plantear su discurso.

    En su nueva propuesta, Loach-Laverty narran un momento concreto en la vida de James Gralton (Barry Ward en la ficción), quien fue un activista y líder comunista irlandés que llegó a ser el único deportado político de la República de Irlanda en la década de los treinta. El comienzo de Jimmy’s Hall nos sitúan en varias realidades: el crack del 29 y la consecuente era de la Depresión en Estados Unidos mediante imágenes documentales y en la Irlanda que se reconstruye tras la Guerra de Independencia y la división del país que de una manera más o menos acentuada continuará hasta mucho tiempo después. Es decir, un mundo fraccionado y en crisis en el que Gralton acaba siendo una suerte de representación: emigró a Estados Unidos a comienzos de siglo para regresar después y luchar en la Guerra de Independencia Irlandesa, marchándose de nuevo a Estados Unidos y regresando para acabar siendo deportado. En este contexto, Gralton fue famoso por un salón en el que además de bailar se llevaban a cabo, en forma de cooperativa comunal, todo tipo de actividades culturales que contravenían, por un lado, la educación y manipulación de la Iglesia Católica y, por otro lado, en su más que combativo izquierdismo, a los terratenientes de la zona.

    Con todo este material, Loach-Laverty crean una película que, a pesar de su más que evidente componente dramático, maneja cierto componente lúdico, sin gravedad, que es posiblemente una de sus mayores virtudes. La idea de potenciar el aspecto jovial de la comunidad como vía de escape a un presente sin apenas proyección de futuro frente a la rigidez de una vida basada en mandatos que sirven al poder, está bien resuelta en Jimmy’s Hall y es muy interesante en cuanto a su propuesta de politizar el asunto cultural, mostrar cómo cualquier representación de índole cultural, incluso la pretendidamente apolítica, es una muestra política. Porque supone una mirada al mundo, una forma de estar en él y con los demás, y un simple baile en un salón puede acabar siendo, insistimos, una manifestación contra el poder aunque no sea evidente. Luego viene, evidentemente, lo más explícito, alertar de las injusticias y luchar contra ellas.

    Desde 2006, con El viento que agita la cebada, también dentro del contexto irlandés, Loach-Laverty no habían regresado al pasado. ¿Qué sentido tiene hacerlo en los momentos actuales? Si se recuerda la anterior obra de Loach (sin Laverty), el documental El espíritu del 45 alrededor de las reformas sociales británicas tras la Segunda Guerra Mundial y su posterior desmantelamiento por los conservadores, el cineasta planteaba una mirada al pasado para llegar al presente y encontrar puntos de unión. En Jimmy’s Hall opera de manera similar al narrar la historia real de un hombre y sus vicisitudes a partir de la cual lanzar un mensaje, algo maniqueo, estamos en el terreno de Loach-Laverty, cada vez más planos en muchos sentidos, sobre la necesidad de actuar, de hablar, de bailar, o de lo que sea, con tal de enfrentarnos a las injusticias. Y lo hacen en esta ocasión, como decíamos, desde la jovialidad, sin caer en los desmanes de otras ocasiones en los que la gravedad dramática acaba absorbiendo las intenciones discursivas del relato, algo que no sucede del todo en Jimmy’s Hall, en la que la simplicidad de la propuesta acaba operando a favor de la película, pues transmite mejor que nunca las ideas de Loach-Laverty. Que si bien no rehúyen su propensión hacia lo didáctico (su gusto por los mítines y asambleas en pantalla es ya insoslayable) sí consiguen enmascararlo con otros elementos, logrando una película bien armada en su estructura, con un buen manejo del ritmo que da forma a una obra entretenida a pesar de tratar temas importantes. Y, sobre todo, una mirada al pasado para hablar, en realidad, del presente, de otros momentos de crisis, en toda su amplitud, en busca de un llamamiento a la contestación contra el poder.

    Lo mejor: Su mirada a lo cultural como elemento político.

    Lo peor: El tono siempre didáctico del cine de Loach-Laverty, que acaba siendo un lastre para la película en cuanto a obra cinematográfica.

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