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    Camino de la cruz
    Críticas
    3,5
    Buena
    Camino de la cruz

    Vía Crucis

    por Israel Paredes

    El segundo largometraje de Dietrich Brüggemann, Camino de la cruz, nos propone una experiencia visual y, en cierto modo, espiritual y física alrededor de María, una joven de catorce años que se encuentra varada entre dos mundos o dos formas de entender el mundo: el religioso producto de una rígida educación y el de su propia juventud.

    Brüggemann estructura la película en catorce partes que corresponden a las estaciones del vía crucis de Cristo hacia la cruz, de ahí, el título tan significativo de la película. María, quien se prepara para la comunión, es la protagonista de ese camino. El director alemán construye la película a base de planos secuencias de larga duración y planos fijos en los que tarda varios capítulos en producirse el primer movimiento de cámara, durante la comunión precisamente, un travelling lateral, elegante, que podría ser casi imperceptible a no ser por el contraste con el estatismo de las partes anteriores. Movimientos que en la parte final adquieran una relevancia mayúscula en relación al discurso de la película.

    En Camino de la cruz nos enfrentamos a una obra compleja, porque resulta ambigua en sus planteamientos. Lo que en un primer momento parece una dura crítica al fanatismo religioso acaba convirtiéndose al final en una narración en la que, lo mismo, se produce un milagro. El lector recordará, es evidente, La palabra, de Dreyer, pero Camino de la cruz se mueve por otros derroteros. Aquí, estamos ante una niña convencida de que puede curar a su hermano enfermo ofreciendo su vida a Dios, dejándose morir lentamente hasta que se consuma su fallecimiento y el niño se sana.  Brüggemann se toma su tiempo para narrar cada parte, posicionando la cámara frente a los personajes, ya sea en interiores o en exteriores, incluso en un coche durante un largo trayecto. La puesta en escena, es impecable, elegante. A partir de un formalismo extremo que recuerda, no exactamente en resultado pero sí medianamente en intenciones, al elaborado por Jessica Hausner en Amor Fou. Un trabajo visual aséptico en cuanto a la cámara, apostado por la creación de un encuadre y un plano perfecto en cuyo interior se desarrolla cada parada en el vía crucis personal de la joven. Lo curioso es que Brüggemann logra con este procedimiento una película muy orgánica, también muy dinámica, cuya frialdad expositiva va sometiendo al espectador, casi de forma imperceptible, a un sentimiento de rechazo hacia esa educación que va en aumento hasta que, al final, esa sensación se convierte en extrañeza.

    Camino de la cruz plantea un discurso abierto y/o ambiguo sobre la pureza del espíritu y del sacrificio a la par que ataque frontal al fanatismo religioso, cuando este además viene de la mano de una tortura psicológica, tanto de los representantes eclesiásticos como de la madre de María. En realidad, en muchos momentos parece una auténtica película de terror, sobre todo porque vemos a una joven enfrentada a sus deseos de adolescente y que poco a poco va abandonando estos para introducirse en una conciencia religiosa que acabará con ella. El momento en que toma la comunión y se desploma, es un instante tan irónico como terrible. Y es que la película Brüggemann oscila constantemente entre contrarios, quizá buscando que sea el espectador quien acaba posicionándose. Quizá por eso opta por ese estilo estático, aunque no lejano, dejando que cada estación hacia la cruz de María se desarrolle claramente ante el espectador sin intromisión alguna. La cámara tan solo recoge aquello que sucede. Pero en el momento en que Brüggemann decide realizar un travelling lateral de seguimiento, entonces, nos insta a acompañar a María hacia el altar. Algo cambia en la película y, entonces, la cámara no es tan pasiva como había sido hasta el momento. Brüggemann deja claro que mientras el plano está quieto, la intervención en el material narrativo es menor, pero cuando decide mover la cámara, entonces, esta se entromete, dice algo. El movimiento de grúa que cierra la película, lo evidencia de manera elocuente. Podríamos volver a la moral de un travelling, porque Brüggemann en gran medida cree en ello, aunque este caso, más que de moral, deberíamos hablar de una cuestión más espiritual, porque María asciende a los cielos y, entonces, el apego a lo material, a los hechos, a lo constatable, que supone esa cámara estática, se contrapone a la inmaterialidad que propone el movimiento.

    Dejando de lado la ambigüedad de la propuesta, Camino de la cruz, en el terreno de lo formal, es una de las apuestas más interesantes, arriesgadas y elocuentes del cine reciente.

    Lo mejor: El trabajo de Brüggemann, la joven protagonista y la secuencia de la comunión, tan irónica como terrible en su significado.

    Lo peor: La ambigüedad del discurso, de agradecer desde cierto punto de vista, acaba creando una película demasiado abierta.

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