Hay películas que llegan acompañadas de tanto “tienes que verla” que ya empiezas la partida perdiendo. La señal es de esas. La llevaba arrastrando desde hace años, como esa cosa que guardas para cuando toque… y claro, al final pasa lo de siempre: te montas tal película en la cabeza que luego la realidad no llega ni de lejos. No es que esté mal, pero tampoco es esa maravilla que me habían pintado.
El arranque juega bien sus cartas. Tiene ese tono de misterio juvenil, como si te fueran dejando migas de pan hacia un sitio que no ves del todo, y eso engancha. Visualmente es llamativa: planos cuidados, texturas curiosas, un uso de la luz que le da cierto empaque. Se nota que el director tiene ideas y que, con poco dinero, sabe vestirlas para que parezcan algo más grande de lo que son.
El problema es que The Signal va abriendo puertas sin pensar mucho en cómo cerrarlas. Mezcla ciencia ficción, thriller y drama sin terminar de rematar ninguno. Hay momentos que funcionan, otros que te sacan de la historia porque parecen de otra película. Esa sensación de “¿pero esto hacia dónde va?” se repite más de una vez, y no siempre para bien.
Laurence Fishburne tiene esa presencia que llena el plano sin hacer nada, solo con mirar, pero ni así consigue tapar que la película va de intensa sin tener tanto fondo. Y los chavales ponen ganas, eso sí, pero el guion no les da nada con lo que crecer; hacen lo que pueden, pero no llega a importarte del todo lo que les pasa.
El final busca un golpe de efecto, y sí, sorprende un poco, pero también te deja esa sensación de “vale… ¿y ahora qué?”. Es de esas películas que lucen más en el tráiler que en el conjunto, brillantes en ideas sueltas pero torpes al tejerlas.
Aun así, tiene su encanto. No aburre, tiene personalidad y se agradece que apueste por algo distinto. Pero si la ves con demasiadas expectativas, es fácil que te quedes igual que yo: pensando que podía haber sido mucho más.