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    Manchester frente al mar
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Manchester frente al mar

    La forma de la culpa y el dolor

    por Israel Paredes

    A pesar de haber dirigido tan solo tres películas en dieciséis años, una de ellas, Margaret, estrenada casi seis después de su realización y en una versión reducida –aunque después saliera el montaje de casi tres horas-, Kenneth Lonergan es uno de los cineastas norteamericanos más interesantes de la actualidad. Englobado dentro de cierta idea del cine independiente, su breve filmografía, en realidad, trasciende esos márgenes, como demuestra su tercer y excelente largometraje, Manchester frente al mar, el cual puede poseer algunos de los tropos característicos del cine independiente más estandarizado; sin embargo, resulta más interesante no solo, que ante todo, la personal, medida y reflexionada puesta en escena de Lonergan, sino también su trabajo en relación con el melodrama.

    Al igual que en Margaret, y quizá no tanto en Puedes contar conmigo, en su nueva película el director imprime un sentido musical a las imágenes y a la narración que sirve para resaltar el contenido de estas, ya sea su significado o su sentido emocional, aunque en ocasiones, como en la secuencia que explica los motivos por los que Lee (un excepcional Casey Affleck) sufre un trauma, sumido en una culpa que no consigue superar y que hace, además, que en su regreso a la localidad bostoniana de Manchester no sea del todo bien recibido. Una secuencia en la que Lonergan, siguiendo el sentido operístico que tenía Margaret, sobre todo en su parte final, crea una distancia con respecto a la gravedad de los sucesos, enfatizando que estamos ante una construcción dramática y rompiendo, de alguna manera, con el realismo del resto de imágenes de la película. De alguna manera, logra de esa forma reducir el posible impacto emocional de lo narrado, sin embargo, una vez expuesto lo sucedido, cuando Lee se enfrenta al interrogatorio policial, desnuda por completo al personaje. Así, Lonergan imprime de sentido musical al desarrollo de la trama, ya sea mediante la partitura de Lesley Barber o a través de la música de Handel o Albinioni, por ejemplo, que potencian tanto el exterior –el paisaje- como el interior de los personajes. Es más, trasciende la estructura de la película a base de rupturas de linealidad mediante flashbacks, dado que estos surgen en momentos determinados para explicar, o ampliar información, no solo de los sucesos externos, sino para explicar elementos internos de los personajes, especialmente de Lee. Esas ideas y venidas en el tiempo producen una cadencia que denotan la buena construcción del guion a la par que su perfecta traslación a pantalla.

    En sus tres películas, aunque desde muy diferentes puntos de vista, Lonergan parte de algunas cuestiones muy afines en cuanto a cuestiones argumentales y de personajes, como son la culpa, el remordimiento, la búsqueda de castigo, la pena, el duelo, la pérdida… y todo ello en Manchester frente al mar toma incluso más fuerza que en las dos anteriores por el contexto bostoniano que sirve de paisaje para la historia así como la nada aleatoria elección de mencionar en varios momentos la condición católica de los personajes. Si Margaret, rodada en 2005, partía de una historia íntima y personal para perfilar a su alrededor el estado anímico de una ciudad y sus habitantes, cuyas conversaciones y sonidos se colaban en los planos como música de fondo, en Manchester frente al mar aparece una zona muy particular, y que da título a la película, dado que el nombre es Manchester-by-the-sea, que, ya sea en verano –los flashbacks- o en invierno –el tiempo real de la ficción-, siempre muestran un aspecto de constante niebla, sea o no sea ésta real, que envuelve paisaje y figuras humanas enfatizando unas emociones y unas circunstancias personales que son tan íntimas como, de alguna manera, representativas de una lugar, de una clase social, incluso, de una masculinidad.

    Entre las grandes virtudes de Lonergan en Manchester frente al mar, se encuentra la capacidad de no solo transmitir todo lo anterior mediante la historia, los diálogos, sino a través de las imágenes, materializando con el estilo, con la puesta en escena, unas ideas abstractas que conforman una relato tan desaforado como contenido, que Lonergan modula a la perfección con un ritmo calculado que transmite, casi hata la extenuación, un desarrollo emocional carente de todo tipo de impacto o manipulación. En este sentido, Lonergan muestra la ambigüedad de los personajes, sin juzgar en ningún momento, dejando que sus actos en pantalla definan sus emociones, permitiéndose una secuencia como en la que Lee conversa con su exesposa, Randi (Michelle Williams), en la que todas las emociones contenidas hasta el momento explotan en un momento de liberación que permitirán a Lee, a pesar de ser consciente de que no ha conseguido superar la pena y la culpa, y que posiblemente nunca lo hará, el plantearse la posibilidad de volver a asumir, aunque sea por un tiempo, la condición de padre. Idea que queda plasmada en unas imágenes finales de gran belleza, como todas las que dan forma a Manchester frente al mar, una película de profundo humanismo a pesar de la dureza de su planteamiento, porque, en verdad, lo que persigue es acercarse a los personajes y a sus sentimientos.

    Lo mejor: Prácticamente todo.

    Lo peor: Prácticamente nada.

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