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    El Olivo
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El Olivo

    El árbol de las vidas

    por Marcos Gandía

    Seguramente no hay nada más arraigado en el ADN y carácter español que el quijotismo. Vale, igual a veces parecemos más quevedianos que cervantinos, más de la picaresca que de los hidalgos con el alma blanca. En pleno quinto centenario del autor de El Quijote, Iciar Bollaín y Paul Laverty le rinden un evidente homenaje con una quijotesca peripecia en donde seguimos peleando con molinos de viento y nos siguen humillando los poderosos con falsas promesas de ínsulas.

    No está Rocinante pero sí un camión. Y el hidalgo soñador, ese antihéroe que arrastra a la aventura y a los caminos (la carretera) a sus compañeros es en este caso una chica, a ratos igual de complicada, neurótica y soñadora que el caballero de la triste figura descrito por Miguel de Cervantes. Verborreica, obsesionada, insegura, quijotesca en suma, la protagonista femenina de El olivo vive con la idea de un mundo lamentablemente ideal (la infancia, los buenos y bellos momentos vividos junto a su abuelo, este mismo otra suerte de Alonso Quijano, ya silente, ya fuera de la realidad, atrapado en la melancolía), de un tiempo de fantasía (ese tronco del olivo que asemeja un ser extraño, un monstruo) que no existe. Junto a ella tenemos a dos Sancho Panza, uno de ellos de manual (el personaje que borda el siempre eficaz y capaz de hacer emotivo y próximo cualquier papel Javier Gutiérrez)y el otro un silente testigo de los hechos, un fiel escudero enamorado en secreto (Pep Ambròs, toda una revelación en cómo sabe expresarlo todo con sus silencios y miradas).

    Paul Laverty escribe un guión que se va desinflando un poco conforme el viaje va llegando a su final en Alemania, culpa de un buenrrollismo demasiado simplista y de un no buscado pero encontrado maniqueísmo en esa lucha, esbozada de manera muy facilona, entre pobres y ricos. Por fortuna, El olivo no la ha terminado dirigiendo su habitual colaborador, Ken Loach, y sí Iciar Bollaín, su compañera sentimental. Eso hemos ganado porque la autora de También la lluvia ha preferido siempre fijarse en las personas y no en los mensajes, en los detalles incluso de comedia (esas amigas de la protagonista, la estatua de la Libertad). Es en ello y en esos momentos de silencio, de personajes que se miran y no necesitan decir nada ni escribir nada en Facebook en donde el film gana enteros, los suficientes para tocar la parte humana, la parte quijotesca, que todos tenemos. 

    A favor: la sencilla maestría con la que Javier Gutiérrez construye su personaje. 

    En contra: todo ese final con activistas y batukadas.

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