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    Tenemos que hablar
    Críticas
    2,5
    Regular
    Tenemos que hablar

    Screwball de brotes verdes

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Hace poco más de una década Hugo Silva y Michelle Jenner eran Lucas y Sara, una de las parejas estrella de la pequeña pantalla gracias a la serie Los hombres de Paco. Lo suyo era una relación de idas y venidas que nos enganchó en uno de los booms catódicos patrios de principio de los dosmiles y que coincidió, casualidades, con ese momento en el que nuestro país era “la locomotora de Europa”. Esa frase, la de la locomotora económica, vuelve a repetirse en el prólogo de Tenemos que hablar, la nueva comedia romántica de David Serrano en la que Silva y Jenner se reúnen seis años después de haberse despedido de la audiencia; un preámbulo que sintetiza con buen tino y a ritmo de sketch la cuesta abajo de la relación de la pareja en paralelo a la funesta crisis económica (a golpe de estafas de bancos, fórums e inmobiliarias) en la que el país se ha visto inmerso.

    Serrano, con la ayuda de Diego San José (8 apellidos vascos), traslada buena parte de los códigos de la screwball comedy a la situación de la España actual, como si Tenemos que hablar pretendiera ser, es probable que sin quererlo, la comedia romántica de los cacareados brotes verdes. Quizá por eso el asunto de la crisis es un chiste acelerado en el arranque del film y no aparezca mucho más en el resto de un metraje dedicado, lógico, a la reconciliación de la pareja separada. Porque Tenemos que hablar se fija sobre todo en la gran montaña de mentiras de Nuria, Michelle Jenner como nuestra dulce goldigger patria (¿o cómo se explica si no que viva en un ático con una terraza de lujo cuando su padre, interpretado por Oscar Ladoire, trabaja limpiando oficinas, y su madre, Verónica Forqué, sobrevive vendiendo tortillas de patatas desde su aislado apartamento en Seseña?), en su intento de obtener el divorcio de Jorge (Hugo Silva) provocando el mínimo daño posible, a base, obvio, de hacer cada vez más grande el embrollo. Mentiras y malentendidos siempre han ayudado en la ficción a reunir a parejas y reavivar la llama del amor, aunque eso sea lo último que busca la protagonista. En principio.

     Hay que subrayarlo: Jenner está magnífica en su perfil de mentirosa de buen corazón en un trabajo que, por el contrario, no consigue ir al mismo compás que su actriz protagonista. Hay unos cuantos cabos sueltos (el chiste de ‘tenemos que hablar’ aparece al inicio de la película y no está bien desarrollado en el resto del relato, por ejemplo) y algunos secundarios que podrían haber dado todavía más juego cómico (Ernesto Sevilla y Belén Cuesta), aunque si por algo despierta suspicacias el trabajo de Serrano es por ese inquietante espíritu reconciliador (amoroso, familiar y hasta económico) sostenido en el cúmulo de mentiras del que todos y cada uno de los personajes de la película participan.

    A favor: Michelle Jenner.

    En contra: Su mensaje de luz al final del túnel tiene algo de cine argumentario.

     

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