Este convencional filme de supervivencia por parte de Albert Hughes es una de las más grandes decepciones del 2018.
Vendida como el origen de la relación que cambió la humanidad para siempre, esta cinta de Sony Pictures y Studio 8 es un atípico hibrido dramático que nunca despega ni se define a sí mismo en parte por las desconectadas y desabridas técnicas de edición, una ligereza y simplicidad en la desvergonzada narrativa y una monumental decepción en la confección de cuadros icónicos que culpan a una artificialidad descarada sobrepoblada por ostensibles efectos visuales.
En los últimos años, las majors americanas han adoptado una postura— estrategia comercial — clara frente al género dramático centrado en los caninos. Han decidido lanzar, por lo mínimo, un producto— porque son productos —audiovisual con nuestros perrunos amigos en el cartel; algunos fueron premiados, otros, castigados. El año pasado, Universal Pictures hizo lo propio, iniciando con polémica a lado y lado, bien sea por el material filtrado en la red sobre un supuesto maltrato animal o por el tenebroso mecanismo narrativo con que el filme abordaba temas como la reencarnación o la eutanasia; con todo, “A Dog’s Purpose” del ya familiarizado cineasta Lasse Hallström fue un hit inesperadamente redituable para la compañía. En cuanto a la mayoría de ejemplos precedentes, no se puede decir lo mismo. 2016 tuvo lo suyo gracias a Annapurna Pictures con “Wiener-Dog” de Todd Solondz, un filme fragmentado en cuatro que fue un descalabro en taquilla pero que convenció a la mayoría de críticos que la vieron en su premiere directamente en Sundance. Sería injusto ignorar la ferozmente ganadora alianza entre Illumination y Universal con “The Secret Life of Pets” de los directores Chris Renaud y Yarrow Cheney, la cual aunque recibió una respuesta mixta entre la crítica, gozó del apoyo del público, lo que se tradujo en más de un billón de dólares. En 2015, la clásica compañía Metro-Goldwyn-Mayer presentó “Max” de Boaz Yakin y la compañía independiente Magnolia Pictures “White Dog” de Kornél Mundruczó, la primera incluso con su trasfondo dramático militar fue un estrepitoso fracaso tanto en taquilla como en critica, sin embargo, la propuesta de Magnolia se convirtió en uno de los filmes más difíciles de ver de la temporada; ahora bien, lo más triste fue la decisión de, después un extra-limitado estreno en algunas salas de festival y Norte América, lanzarla directamente a VOD. No es necesario aclarar que se han suprimido las bochornosas explotaciones que no aportaron en lo más mínimo al género, productos ofensivos que siempre disparan hacia el público infantil, tan solo por citar un ejemplo: “Robo-Dog” de Jason Murphy.
2018 no es la salvedad. Visitando numerosos festivales y estrenada mundialmente a finales de marzo, esta cinta no solo es una de las mejores películas del año, también es uno de los más importantes y arriesgados eventos cinematográficos para el stop-motion. Esta políticamente cargada, visualmente impresionante carta de amor a los caninos y a la cultura japonesa del maestro Wes Anderson merece un mejor puesto que este recorrido de cintas cortas de calidad, “Isle of Dogs” no tiene lugar aquí, de hecho, está bien lejos de aquí. En su lugar, quien merece dicho puesto en esta lista de perros y humanos es la travesía de gran presupuesto “Alpha.”
Mucho más afín a la lacrimógena “Hachi: A Dog’s Tale” de Lasse Hallström y al cine más trivial de aventuras/supervivencia americano, el filme incinera en cuestión de minutos lo llamativo de la configuración narrativa de Albert Hughes, al decantarse, como buen producto Hollywoodense, por insertar inorgánicamente piezas de construcción dramática entre las incesantes pesadillas que el protagonista debe padecer desde que queda varado a la intemperie. El guion de Daniele Sebastian Wiedenhaupt es irregular y caprichoso, poniendo en manifiesto que la única atracción del filme es su voluntad artística que dispone de las ferocidades de la era de hielo para brillar.
Equivocadamente, el largo decide representar la hostilidad y peligrosidad características del nomadismo únicamente a través de las imágenes, suprimiendo la función de una buena narrativa introductoria, la cual, a propósito, es brusca y sintética posicionándonos en mitad de un momento neurálgico. Lo que sigue es un áspero, indebido y dañino juego con la línea temporal, para terminar en el punto de partida inicial una vez más, lo que soluciona con una secuencia fragmentada de manera perturbadora y vergonzosa que lastima la pequeña construcción narrativa lograda. A partir de ahí, Keda, el protagonista, emprenderá su travesía de supervivencia; lo demás, ya se lo imaginaran.
Así y todo, la relación padre-hijo es el motor del primer cuarto de la historia, el hilo de empatía que mantiene al espectador interesado, lo que permite apreciar un acertado diseño de personajes y un par de buenas actuaciones.
Es un poco difícil imaginar la transición de salvaje e implacable depredador a amigable aliado en el contexto en el que filme navega, por tal razón, la relación con la verdadera estrella debió empezar a formarse capa por capa, lenta y naturalmente, sin catalizadores que quebrante dicho proceso. Aunque el guion da lo mejor de sí mismo, se pierde el foco cuando se introduce desacertadamente o bien alguna secuencia de acción o un artificial momento cómico. Al final, uno esperaría que dicha relación fuera más sólida, más real y mucho más creíble para hacerle justicia a la clase de historia y público al que se está dirigiendo, tristemente, el sintético final a lo único que hace justicia es a su perjudicial inclinación a agilizar las cosas.
¿Cómo es que el largometraje no es mudo? Cierto sinsabor se siente al escuchar la primera línea de dialogo, pues uno imagina que el filme va a arremeter con toda su originalidad. “A Quiet Place” ha revivido parcialmente y a su estilo el cine mudo, entonces ¿por qué no? Por supuesto, la obra de Krasinski es un thriller de paralizante suspenso, en cambio la cinta de Hughes es un drama manipulador, lo cual dificulta ciertamente su propósito; aun así, idealizando la propuesta, nivelando lo moderno y lo tradicional, una obra única hubiera nacido.
Estás en serios problemas si, uno, pones lo mejor de toda tu película en un tráiler de más de dos minutos con mejor edición que la del filme entero, y dos, si tu distribuidora aplaza casi seis meses el estreno en busca de una fecha mucho más acorde. La primera vez que vi su tráiler oficial fue justo antes de ver algún otro filme de la misma compañía, siendo plenamente absorbido por la magnificencia e imponencia de las imágenes de Martin Gschlacht. Segundos más tarde, estaba anonadado y emocionado por lo que, al menos a nivel visual, el filme podría entregar. Más allá de ciertos paisajes deslumbrantes y alguna que otra escena para enmarcar, la belleza artística que prometían se ve severamente lacerada por el excesivo y evidente uso de efectos visuales, es ofensivo saber que lo único verdadero en pantalla es el actor. Muchos de los cuadros que tenían chances para la memorabilidad desmejoran en calidad por la incisiva artificialidad de las mismas.
La ambientación en este tipo de películas es vital incluso si se recurre constantemente al CGI, por tal motivo, la sensación de indefensión y peligro inminente en la primera mitad del filme es, independiente a su veracidad, sensible, sumergiendo al espectador en la experiencia gracias a una hermosa iluminación y un método de filmación ocasionalmente aprovechado. Sus secuencias de acción no son particularmente inolvidables u originalmente potentes, haciendo la salvedad por un par de secuencias electrizantes y sinceramente simbólicas al inicio y al final de la función.
“Alpha” de Albert Hughes — en su debut como director único —encandiló con las promesas de sus avances, luego de verla, no es más que una fútil épica de supervivencia que se apoya en una dirección comprometida y una gran actuación a cuenta de Kodi Smit-McPhee, unas cuantas bellezas visuales y el magnetismo gratuito que recibe cualquier filme con un hocico en la portada. Un filme que gradualmente se estanca en el entretenimiento rápido e insustancial, uno que no logra romper con el hechizo que sobrevuela el cine dramático sobre perros, uno sin pedigrí.