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    El hilo invisible
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    cine
    Un visitante
    5,0
    Publicada el 5 de agosto de 2020
    Desde hace varios años Paul Thomas Anderson se ha consagrado como uno de los mejores, si es que no el mejor, director vivo. 
    En su más reciente obra se aventura a tratar una historia en apariencia romántica, pero con un subtexto sumamente profundo, oscuro y retorcido. 

    Ambientada en el Londres de los años cincuenta, Reynolds Woodcock es un modista de alcurnia que de manera inesperada cruza su camino con una mesera, quien se convertirá en su amante y musa. 

    En esta historia Paul Thomas Anderson deja todo su talento e inteligencia. Esto hace que la película sea difícil de digerir y al igual que muchas de sus obras, requiere de cierto pensamiento y análisis luego de verla. Probablemente esto se deba a la genialidad visual y la belleza oscura en su núcleo que el creador tanto intenta esconder del espectador. En el caso de 'Phantom Thread' esta belleza visual, con una puesta en escena tan elegante y deslumbrante, esconde un relato de un suspenso psicológico que mantendría al filo del asiento al mismísimo Alfred Hitchcock. De esta misma forma, la historia se disfraza con un romanticismo de cuento de hadas, pero con una oscuridad escalofriante. 

    Si quisiéramos resumir la grandeza de esta película, probablemente deberíamos remitirnos a su creador. Paul Thomas Anderson ha demostrado ser un genio en toda norma y no demuestra menos con esta cinta. Es bueno ver que los grandes directores de antaño tienen aún un descendiente a su altura. En unos años donde el cine es cada vez más un elemento de consumo que un arte en sí mismo, ver una película como lo es 'Phantom Thread' demuestra que aún existe el verdadero arte cinematográfico, oculto tras una gran cantidad de películas comerciales. 

    Si es que aún hoy el cine es considerado un arte, es por directores como Paul Thomas Anderson y por películas como 'Phantom Thread'. 
    Pipe C.
    Pipe C.

    9.006 usuarios 160 críticas Sigue sus publicaciones

    4,5
    Publicada el 6 de mayo de 2018
    Prenda exquisita y avasalladora de la talla y gusto de unos pocos.
    Años 50. Londres, Inglaterra. Teniendo como hitos su fino gusto, su innegable talento y su irreverente elegancia, Reynolds Woodcock se había convertido en el diseñador de alta costura más prestigioso, quisquilloso y peculiarmente exigente del país. Vistiendo a ínclitas damas de la realeza y a señoras de alta alcurnia desde muy pequeño, el obsesionado hombre había seleccionado los hilos precisos de su vida con los que anhelaba tejerse un futuro, sabiendo cuando usarlos, cuando desecharlos o cuando remplazarlos. Una cuadrada y monótona existencia alterada ante la llegada de una sencilla pero “bienintencionada” mesera, Alma, quien logra mostrarle ambas caras del amor. Apoderándose de su afecto y odio en simultaneo, se dará cuenta que ser musa, amante y enemiga es una elección más toxica y atractiva que la sometida y abúlica vida que este hombre le proponía.
    Tras cuatro años que se sintieron como siglos para aquellos que valoran y aclaman las sencillas pero brutalmente intimas historias del cineasta californiano Paul Thomas Anderson, quien sumiéndose en los placeres del mundo de los cortometrajes, ha decidido desempolvar su silla de director y abrir un nuevo documento de texto con “Phantom Thread”, una emblemática producción que desfila donairosamente por la pantalla con una castigadora y ensordecedora magnificencia que mantiene vivos los patrones argumentales de las cintas previas del fascinante director en cuanto a su concentración y brillante esmero por construir personajes imperfectos, ahogados en sus propios deseos, con la fatalista esperanza de involuntariamente perseguir un sueño venenoso.
    Aquel que no esté familiarizado con el singular artista, le será verdaderamente difícil entender y caer enamorado ante los pliegues de esta historia fatalista, pues solo aquellos que ya estén adaptados a su íntimo ritmo que se cuece a fuego lento estarán preparados para la híper-anticipada y emblemática despedida que ha efectuado para Daniel Day-Lewis, un maestro de la actuación que luego de tres Premios por parte de la Academia y más de 140 galardones que glorificaron su camino ha decidido poner punto final al mundo que le vio crecer profesionalmente. “Boogie Nights”, segundo largometraje del cineasta, no solamente ha envejecido como un filme de culto de obligatoria visualización o como una de las películas más polémicas y punzantes de la industria, sino también como recuerdo del que fue el primer gran impulso en las carreras de tres jóvenes intérpretes que hoy conocemos o bien por su arrollador talento: Paul Thomas Anderson y Julianne Moore; o por su inherente carisma: Mark Wahlberg. Tiempo después, el director siguió moldeando una filmografía sólida, intensa y muy personal con proyectos en los que sobresale una intertextualidad en las disimiles historias de amor, “Magnolia” fue su primera incursion, luego un instintivo relato protagonizado por un inesperadamente real Adam Sandler con “Punch-Drunk Love”, un drama histórico sobre la vida, la familia y la religión en “There Will Be Blood” o el subversivo e inmersivo drama criminal “Inherent Vice”. Perseguido por nominaciones provenientes de los premios mejor bienquistos del cine, es irrefutable que los relatos de este hombre son platos predilectos para las altas elites de la industria, no obstante, llega a ser incluso más sorprendente descubrir que detrás de tal montaje él está narrando las vidas de los que viven sumidos en vicios cíclicos, imparables, insufribles, llegando a la conclusión de que cada una de sus obras, ya sean sus nimios trabajos para la pantalla grande o su adictivo pero sensacional gusto por los cortometrajes, van siempre direccionados para la audiencia, a aquella que tiene paciencia, tiempo y amor para respirar y sentir lo que un personaje fabricado experimenta en un blanquecino y gigantesco telón.
    Su más reciente apuesta, la cual sin sorpresa alguna aspiró a seis Oscars, se desliza enfermizamente por el día a día de los personajes de Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Manville: un regio diseñador, su fiel e inseparable asistente y su nueva esposa y musa. Lo que el director y guionista— dos en uno —comunica a través de la estética de la narración comprende más de lo que la mente puede digerir de un solo bocado pues entrega un deslumbrante ensayo sobre las relaciones amorosas y como estas pueden destruir o construir a una persona. Como era de esperarse, lo único que harán nuestros protagonistas es nadar contracorriente, creando un invivible ambiente en donde el sometimiento, las confrontaciones y la locura construyen una barrera de fatalidad. El guion parece estar en riesgo, habitual viniendo de él, ya que trata cuestiones que desgraciadamente no llegan en un momento idóneo, y esa fue una de las principales rémoras que tuvo que enfrentar el filme. Con coléricos y revolucionarios movimientos en pro de la mujer que priman por resaltar su importancia e igualdad ante el género masculino, hartas cintas han empezado a surgir como crítica de innegable poderío sobre la capacidad que tienen para contar historias que no las acorralen en clichés y ofensivos estereotipos, dejando bien en claro que de aquí en adelante son muchas las actrices que desecharan papeles inferiores, en donde la mujer deba estar detrás del hombre. Y es precisamente eso lo que se puede captar a simple vista de este filme, pues Alma, el personaje de Vicky Krieps, tendrá que soportar el constante maltrato psicológico de su esposo, sin embargo, aquellos que le den una oportunidad al relato saldrán del teatro igual de hechizados y emocionados que yo. La historia nunca se queda atrapada en terrenos fangosos ya que además de otorgarle una actitud vengativa y justiciera a la nada sumisa mujer, le da una voz para expresar que pasa por su mente, para expresar como la relación la está llevando a perder los estribos y al final como, inexplicablemente, consigue transformarla. La cinta no termina de sorprender hasta el último momento puesto que concluye con un tono, a decir verdad, más que siniestro, dibujando un destino tétrico y despedazador para los personajes, transmutando la experiencia en una fábula irrevocable sobre las relaciones y sobre cómo estas perturban el corazón convirtiéndolo una autentica bestia. La estructura de narración encaja con el tono perfectamente pues a modo de entrevista retrospectiva, como ya lo hacía Pablo Larraín en “Jackie”, Alma relata con lujo de detalles el antes, durante y presente de su vida con el renombrado y afligido diseñador de modas, al tiempo que introduce sutiles pero efectivos comentarios sobre el mundo capitalista, el deseo toxico del éxito, la incapacidad para amar o la capacidad para dañar y aceptar un amor envenenado.
    A modo de despedida, Daniel Day-Lewis ha prodigado a sus fervientes seguidores una de las interpretaciones más contundentes, embriagadoras y electrizantes de su carrera, el show definitivo de uno de los artistas mayúsculos del último siglo. No hay problema con que muchos prefieran recordarlo con el histórico personaje que le otorgó su último Premio de la Academia, “Lincoln” de Steven Spielberg, otros— como su servidor — lo añoraran por sus más de 30 valerosos trabajos como actor, poniéndose, literalmente, la piel de cada uno de sus catárticos y peculiares personajes. Y el afortunado que da por concluida su filmografía es el bienhablado Reynolds Woodcock, el diseñador por el cual el británico tuvo que someterse a un duro proceso de preparación con el fin de retratar con honestidad y veracidad el dolor tácito y la exigencia personal de un hombre que solamente puede estar enamorado de sus hilos. Aunque, desde un punto de vista personal, Day-Lewis no es quien verdaderamente protagoniza el largometraje, este hombre da una estelar actuación, esa solemnidad ante una inminente amargura maquilla al personaje con el aura apática, anímica y dictatorial que requería; es un rango dramático de un alcance tan alto que, por ejemplo, en la discusión en la mesa, varios espectadores sintieron un enojo verídico, nada implantado, se percibía la cólera y el disgusto por una mujer de “malas” costumbres que lo único que deseaba era truncar su pacifica estabilidad. Introspectivo y perturbador, este dominante diseñador de modas quedara prendado a mi mente por un largo, largo tiempo; un personaje para analizar. Fue una gran sorpresa escuchar la nominación que la Academia le otorgaba a Lesley Manville gracias a su papel como la entrometida y recatadamente envidiosa Cyril, un rol que si bien es importante para el desarrollo del conflicto central y exhibe el incalificable talento de la actriz, nunca llega a permanecer el tiempo necesario en pantalla para justificar tremendo reconocimiento. Tal vez, lo realmente inexplicable sea que, pese a que realiza un retenido y aplaudible trabajo, los verdaderos laureles y aplausos deberían ir para Vicky Krieps, pues es tal el alcance de su interpretación que las escenas en las que ambas damas comparten pantalla se convierten en fuego, una lucha de guerreras actrices que no cederán a los deseos de la otra con tal de proteger a su hombre, y he aquí el mismo tema de debate: ¿es necesario ver como luchan por el amor de un hombre en pleno siglo XXI, en donde cada mujer desea ser lo más independiente posible? Juzguen ustedes. Volviendo a lo que nos pertenece, Krieps es la protagonista absoluta del filme. Su actuación es rebelde y caustica, emocional y divertida cuando debe, jamás melodramática; de la boca de esta mujer salen despedidas delicadamente cada línea de texto, usando como medio un personaje que no quiere perder la libertad a costa del reconocimiento no solicitado y el amor toxico. Sus actitudes burlescas, anti-reales, en donde el recato, la reverencia y la formalidad pasan a un último plano, convierten la interpretación de la actriz en otro logro de oro que contribuye al inminente renacimiento femenino en el cine. Es una lástima que muy pocos hayan reconocido su fabuloso esfuerzo, pero es aquí en donde entra el verdadero valor de una buena actuación, en aceptar que aunque la industria no considere digno de reconocer su trabajo, la audiencia sí la aplaude y le vaticina un futuro alucinante.
    Y por supuesto, el apartado visual deja a cualquiera sin palabras. Un primerísimo primer plano, la cámara se aleja con lentitud del rostro de Alma, quien, serena, narra qué tan incondicional y verdadero fue su amor por el diseñador. Así, teniendo como fondo una incandescente fogata que colorea su rostro de un crepitante naranja fundido en la oscuridad, abre uno de los proyectos más estéticos y brillantemente construidos que he visto en la pantalla grande. Se acostumbra que en cintas históricas que tienen como emplazamiento el viejo continente se respire siempre un aire específicamente retraído, es decir, cada elemento en escena debe concordar y estar milimétricamente capturado dentro de los estándares de la delicadeza y la magnificencia por el detalle. Teniendo a cintas como “The King’s Speech”, “Darkest Hour”, “The Theory of Everything” o incluso “Paddington” como referentes, está casi que patente que, visualmente, un filme proveniente de Europa debe encerrar un halo estético elegante y recatado. Sin embargo, la cinta no está concebida explícitamente por manos europeas, pues las compañías productoras son reconociblemente americanas, Universal Pictures y su división de cine independiente Focus Features, denotando los diferentes puntos de vista que hicieron parte en la creación de una experiencia estéticamente orgánica, que defiende los vicios del perfeccionismo fílmico europeo pero también la excentricidad e inusual imaginería del otro lado del charco. Obviamente, lo que primero salta a la vista es el diseño de producción de Mark Tildesley, un trabajo facilita la puesta en escena de un desacreditado cinematógrafo que, sin esperarlo, resulta ser quien dirige y escribe, un hombre que puso, verdaderamente, alma, mente y corazón a una obra memorable. El equipo de arte, maquillaje, vestuario, peinado, decoradores de set y departamento derivados de Paul Thomas Anderson realizan una faena inusual para el género, pues es tal la prestancia de cada vestido, la delicadeza de cada desfile, el cuidado de cada decoración que la experiencia se vuelve sofocantemente seria, aunque, jamás me había gustado tanto que me sofocaran de esa manera. Los colores de los paisajes, las texturas de los vestidos, la coincidencia de los elementos y la ambientación permiten la construcción de escenas que han quedado impregnadas, sin intención de irse. Dentro del interminable manjar de bellezas de época, hay específicamente dos con las que recordare el filme: el primer desfile en el que Alma participa, fenomenal e imposible de mejorar; y la búsqueda de Woodcock en la fiesta de año nuevo, la caída de los globos multicolor es una proeza y una regalo artístico lleno de amor para el cine.
    Jonny Greenwood, fiel espadero del cineasta, compone el que sería uno de sus mejores scores para un filme del director. Es grandioso como en casi todas las escenas hay algún tipo de composición, ya sea de modo secundario o primario, claro está, defendiendo el tono del momento en que está siendo utilizada, resaltando el constante uso de sonidos rechinantes. Contenidas, suaves pero punzantes, esta banda sonora compagina perfectamente con el gracejo y la delicadez de los movimientos, un fabuloso acierto. Generalmente, no me concentro demasiado en el diseño de sonido de una obra, aunque inconsistente esté en la jugada de todo, sin embargo, el excelente trabajo en la edición de sonido de este trabajo hizo que refinara mis sentidos y me enfocara en esta detallada característica. Fueron las escenas en las que Alma no era consciente del ruido que causaba el descontento y la desconcentración de su esposo, cada golpe de la cuchara sobre la cascara del huevo, cada espárrago en la boca de los comensales, la preparación de los alimentos con mantequilla, la recolección de los hongos, el rozamiento de vasos, el sonido de la tetera, el crujido de los alimentos, el deslizar de la mantequilla sobre el pan, cada mínimo aspecto, especialmente en la mesa, hizo necesario resaltar el prolijo trabajo de edición de sonido, a otro nivel.
    Perturbadoramente bella, interesantemente emocional y cáusticamente moralizante, “Phantom Thread” de Paul Thomas Anderson es un intenso viaje por la dañina relación de dos seres humanos consumidos por el oído y el amor, una historia a la que solamente estarás dispuesto a entrar si conoces las características y constantes de los trabajos del experimentado director. Poniendo sobre la mesa nuevamente la importancia de la mujer en cualquier época, en cualquier contexto, el filme sirve además de tratamiento a problemáticas actuales como los martirios amorosos, los conflictos maritales, el maltrato y los alcances del ser humano. Con una interpretación invaluable de Vicky Krieps y una emotiva y sublime despedida de la actuación de un gigante, la película se lucre de los visuales onerosos y elegantes de las altas clases y una narración pasivo-agresiva para entregar una historia absorbente, con cotas de perfeccionismo tan exquisitas como las del protagonista, con quien, bajo un punto de vista propio, el director/escritor levanta una representación de su propia historia; sus filmes son los refinados, detallados y tentadores vestidos.
    Cinefiloman
    Cinefiloman

    1.082 usuarios 92 críticas Sigue sus publicaciones

    3,5
    Publicada el 22 de febrero de 2018
    Se hace complicado reseñar una proyección de una factura tan impecable como ésta y que sin embargo no acaba de cuajar en una gran película.
    En este triángulo emocional, de dominios y afianzamientos, tan bien dirigido, tan fantásticamente interpretado, hay seis o siete grandes actores en el cine actual, Javier Bardem es uno de ellos, y otro es Daniel Day-Lewis, y después están los demás, tan fantásticamente fotografiado, con planos maravillosamente intencionados, ambientado escrupulosamente, hay una cosa que no acaba de cuajar, que no acaba de salir a la superficie. Y es la intención de la historia. Porque falla el guión.
    La idea parece estar clara. Hay un encuentro de tres personalidades potentes, hay conflictos por solucionar, hay incluso una reflexión muy interesante sobre la necesidad de la debilidad para amar y también se apunta como la indefensión, el debilitamiento, la entrega a otro ser puede ser el camino hacia la serenidad, la tranquilidad. La fragilidad como unidad de medida de nuestro estar en el mundo. Pero el espectador debe poner mucho de sí para poder verlo. Porque en el guión no se ve.
    Creo que al director se le ha ido la mano a la hora de pintar esas cuestiones. Valga como ejemplo ese encuentro tan artificial, tan inverosímil que se produce en la primera vez que el modisto y su futura musa y modelo se ven. Es un encuentro difícil de creer. Y desde luego es una escena que no pega ni con cola en las otras escenas sobrias, típicas del cine inglés de siempre, del film.
    Irregular, fracasada y sin embargo fascinante película.
    Paul T. Anderson, encantador de serpientes.
    Santi titan
    Santi titan

    16 usuarios 19 críticas Sigue sus publicaciones

    5,0
    Publicada el 22 de febrero de 2018
    Muy recomendable. Aunque pensaba que la película no me iba a gustar antes de entrar a verla.
    La película no tiene desperdicio de principio a fin. Hacía tiempo que no veía una película tan bien hecha
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