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    Espías con disfraz
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Espías con disfraz

    Paloma imposible

    por Alberto Corona

    Pocos tótems culturales existen tan parodiables como el agente Bond y todo lo que le rodea, pero eso no significa que sea fácil hacerlo, o que se deba sin tener claro qué se quiere parodiar exactamente. En el mismo ADN de la criatura de Ian Fleming —especialmente en cuanto a sujeto fílmico— ya viene impreso un ingrediente de distanciamiento irónico, de coartada lúdica que a lo largo de las décadas y las películas ha ido dilatándose o encogiéndose, según sus productores notaran los ánimos ahí fuera. Es por ello que justo en la etapa de mayor confusión existencial de 007 —la etapa de los movimientos feministas, el MeToo y el revisionismo pop—, sea cuando más parodias nos llegan, teniendo clara cada una de ellas qué faceta del fenómeno pretende desmantelar. El espía que me plantó de Susanna Fogel le daba voz y sororidad a las chicas Bond. Johnny English: De nuevo en acción ponía el acento en su condición de reliquia polvorienta. Y ahora, la soberbia Espías con disfraz va a por todas golpeando en otros sitios igual de dolorosos, como son la defensa de la intelectualidad, por un lado, y la empatía, por otro.

    No deja de sorprender debido a la coyuntura tan penosa en la que nos llega esta película de Nick BrunoTroy Quane —con su estudio, Blue Sky, a punto de convertirse en el enésimo daño colateral de la compra de Fox—, y a su curiosa historia de origen. Espías con disfraz nace de un humilde corto animado presentado hace diez años en el Festival de Annecy cuyo título era un juego de palabras bastante pedestre (Pigeon: Impossible), y aún así daba perfecta cuenta de sus ambiciones. Reducido a un agente secreto persiguiendo una paloma, esta obra de Lucas Martell certificaba que la cuchufleta a costa de los agentes secretos ya era un género en sí mismo, capaz de amoldarse a visiones de distinta complejidad. La posterior Espías con disfraz se inspira, por tanto, en el corto de Martell, pero opta por tejer a su alrededor toda una maraña de ideas contundentes y muy simpáticas, que van desde lo más superficial —un 007 racializado— a lo abiertamente corrosivo. Q, el habitual proveedor de gadgets de James Bond, es aquí el verdadero protagonista teniendo por nombre Walter Beckett, y la película deposita una gran atención en que nos familiaricemos con su particular psicología. La cual, en una línea muy atinada del guión, podría resumirse con el despectivo “millenials” que el agente le espeta durante su primer encuentro.

    Pero la cosa va más allá. A través de Beckett, Espías con disfraz encauza un discurso que defiende el progreso científico frente a la fuerza bruta, y la compasión frente a la violencia. Valores encomiables que, debido a ser tan evidentes e impepinables, podrían abocar a cualquier película a la cursilada bienintencionada… sino estuvieran descritos con tanto ingenio. Al fin y al cabo, la idea de progreso para este amable mad doctor se basa en la invención de diversos artilugios en absoluto mortíferos pero de gran efectividad, más pendientes de hacer tropezar a los malos que de ajusticiarlos con sufrimiento físico. Algo que le provoca numerosos problemas con su partenaire, este 007 de la vieja escuela que tanto tiene que aprender de la vida humana y del valor del trabajo en equipo, pero que no deja de blindarle desde el principio como la brújula moral de Espías con disfraz y su creación más afortunada. Que además sea doblado en inglés por Tom Holland, forzoso adalid de unas nuevas masculinidades que huyen de la figura bondiana como de la peste, no deja de redundar en lo compacto de su visión artística.

    En efecto, Espías con disfraz es una película de grandes valores y una que está dispuesta a ir hasta el final con ellos, ¿pero lo convierte esto en un artilugio ensimismado? Ni por asomo. El guión de Brad CopelandLloyd Taylor es una tormenta incesante de gags directamente derivada de las diferencias entre los dos protagonistas —vamos, como en toda gran buddy movie que se precie—, e incluso la desaliñada animación en la que suele incurrir Blue Sky encuentra por el camino alguna oportunidad de ofrecer imágenes memorables, como el pasaje que tiene lugar en Venecia e involucra a una ingente cantidad de palomas. Pero lo auténticamente relevante no tiene nada que ver con estos detalles, sino con el modo en que Espías con disfraz consolida algo parecido a un nuevo género y se lo muestra a los espectadores más jóvenes como diciendo, vale, vosotros no habéis conocido a James Bond. Pero no os preocupéis porque, gracias a películas como esta, ya no tendréis por qué conocerlo.

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