El cuento que no necesitaba contarse
Pocas veces una película genera tantas expectativas y termina siendo una decepción tan rotunda. *Blancanieves (2025)*, el nuevo intento de Disney por modernizar sus clásicos, no solo pierde el encanto del original de 1937, sino que ofrece una experiencia deslavada, inconsistente y forzada en su afán por ser "relevante".
Desde el primer acto, la película se siente como un musical interminable: cada escena parece interrumpida por una canción, diluyendo la narrativa en una sucesión de números que no aportan ritmo ni emoción. La Reina Malvada, interpretada por Gal Gadot, ofrece una actuación tan exagerada que por momentos parece salida de un show drag poco inspirado. Su villanía nunca termina de cuajar, y su presencia en pantalla, más que intimidar, desconcierta.
El clímax de la historia —la icónica mordida de la manzana—, es uno de los puntos más flojos. Lo que debería ser un momento tenso y dramático se convierte en una secuencia innecesariamente alargada, acompañada de discursos moralistas y efectos de cámara lenta dignos de un anuncio de champú. La tensión desaparece, y con ella, toda emoción.
En su afán por abrazar la inclusión, la película cae en lo superficial. La diversidad racial en el reparto es bienvenida, pero aquí se siente impuesta, como parte de una lista de requisitos que la cinta intenta cumplir sin integrar de forma natural. Se pierde así la esencia del cuento, reemplazada por una "modernización" vacía que ni emociona ni entretiene.
Visualmente, el film también decepciona: los escenarios se ven artificiales, los efectos digitales no están a la altura, y el vestuario —especialmente el de Blancanieves— resulta extraño y mal ajustado. El peinado de la protagonista es otro misterio sin resolver.
Aunque hay destellos de intención —algunas canciones están bien compuestas, y hay momentos de humor involuntario que arrancan alguna risa—, el resultado final es una película que se ve forzada, sin alma ni magia. Lejos de reivindicar el clásico, lo entierra bajo capas de corrección política, decisiones estéticas cuestionables y una narrativa que se diluye entre canciones y discursos vacíos.
Si buscas magia, nostalgia y corazón, mejor vuelve a ver la versión original.