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    La noche de 12 años
    Críticas
    3,5
    Buena
    La noche de 12 años

    El viaje íntimo de la locura

    por Alberto Corona

    El drama carcelario es, por su propia naturaleza, un subgénero rígido. Limitado por restricciones tanto físicas como narrativas, las desventuras de sus protagonistas han de prolongarse en el tiempo sujetas a cambios emocionales que antecedan los momentos de catarsis —generalmente identificados con la fuga—, cuando durante escasos minutos se nos permita ver qué era aquello del exterior con lo que los héroes llevaban soñando tanto tiempo. El drama carcelario debería ser, por su propia naturaleza, un subgénero aburridísimo, pero resulta que nos conmueve. Cómo no va a hacerlo, cuando hemos de asistir al cautiverio de un hombre inocente que nunca se da por vencido en su búsqueda de justicia más allá de la ley. Cómo no va a conmovernos si, además, ese hombre se llama José Alberto Mujica.

    De Andy Dufresne a Luke Jackson, pasando por el protagonista de El expreso de medianoche o el incansable Fontaine de Un condenado a muerte se ha escapado, la historia del cine ha sido generosa en demostrarnos cómo el confinamiento en una cárcel donde no hay mucho que hacer aparte de permanecer callado y ser amable con los guardias adquiere otra dimensión en la pantalla, abrazando la épica humanista antes que la tragedia asfixiante. No habría mejor manera de duplicar los beneficios inherentes al medio, por todo ello, que ambientar una historia real tras esos barrotes, y eso es justo lo que hace La noche de los 12 años, tercer largometraje de Álvaro Brechner. Sin embargo, la adaptación de Memorias del calabozo, escrita por Mauricio Rosencof rememorando su estancia en la cárcel junto a Eleuterio Fernández Huidobro y José Mujica antes de la vuelta de la democracia a Uruguay en 1985, se aleja de la resignación que suele acompañar a los héroes de estas ficciones, para a cambio apostar por un retrato visceral de sus trayectorias que va acaparando con brusquedad años de sufrimiento, encierro y transiciones políticas. Facilitando que el espectador, del modo más inesperado, logre perder la noción del tiempo tanto como los protagonistas.

    La noche de 12 años no propone un viaje al turbulento Uruguay de los años 70, sino un pasaje directo a las experiencias de Mujica y sus compañeros, y esta decisión, aunque consecuente y de amplia raigambre cinematográfica, acaba siendo mucho más limitada de lo que parecía a simple vista. Por supuesto, Brechner cuenta con excelentes actores —incluyendo a un Antonio de la Torre inconmensurable— para validar la apuesta, pero la decisión de dejarle tanta responsabilidad a éstos, así como de manejar en todo momento un ritmo errático alejado de las escenografías diáfanas que suelen envolver los clásicos del subgénero, lanza la impresión de que un referente inseparable de La noche de 12 años ha sido Steve McQueen y su violentísima y minimalista Hunger. Un referente que, si bien sobre el papel podría ser algo menos amedrentador que Robert Bresson, también se le ha acabado quedando grande a la puesta en escena de Álvaro Brechner.

    El cineasta uruguayo sabe mantener la tensión en los diálogos y las concesiones más claras al melodrama —cuya áspera visualización aumenta la pegada de secuencias  tan fulminantes como aquélla en la que el padre de Rosencof (Chino Darín) va a visitar a su hijo en prisión—, pero la cosa se le va de las manos en la intimidad, cuando ha de representar conceptos tan potentes, pero tan complejos, como la comunicación entre Rosencof y El Ñato (Alfonso Tort) pared contra pared, o las alucinaciones de los tres protagonistas. Ya sea por lo torpe de estas soluciones visuales, o directamente por su pereza  —entre las que destaca la forma de indicar que los personajes están jugando al ajedrez, sobreimprimiendo un tablero a la imagen—, Brechner no sabe estar en esos momentos a la altura de la poderosa historia que ha decidido contar, y la elocuencia con la que La noche de 12 años pretende increpar al espectador falla considerablemente.

    Nada de esto ha de restarle mérito, no obstante, al empeño de Brechner y el resto de miembros de su equipo de darlo todo por la historia, de forma que La noche de 12 años se las apañe para convencer durante la mayor parte de sus tramos, e incluso cuando eche mano de los recursos más facilones —como un The Sound of Silence entonado por Silvia Pérez Cruz que pone automáticamente los pelos de punta—, siga revelándose como una película sólida y estimulante. Aunque al final, no deje de ser una pena ese último plano de Antonio de la Torre/Mujica, que anuncia con asombrosa sencillez la obra maestra que podría haber sido La noche de 12 años si, a la hora de introducirnos en la mente de los personajes, hubiera elegido la meditación en lugar del impacto.

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