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    Retrato de una mujer en llamas
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Retrato de una mujer en llamas

    El lienzo y el afecto

    por Quim Casas

    En su primera mitad, el cuarto largometraje de Céline Sciamma nos habla de una pintora que debe realizar un retrato sin poder acceder a su modelo. En la segunda parte del filme, una vez establecida una unión sólida y afectiva entre quien pinta y quien es pintada, la película se centra en cómo la artista retrata a su modelo en plenitud, teniéndola delante, pasiva (un cuerpo quieto) pero a la vez activa (un cuerpo seductor), mientras traza las líneas en el lienzo.

    Podría decirse que la primera parte de Retrato de una mujer en llamas es de estudio y conocimiento: Marianne (Noémie Merlant), la joven pintora contratada por una viuda rica y bretona en 1770 para realizar un retrato de su hija sin que esta quiera posar, debe hacerse pasar por dama de compañía de la joven, Héloïse (Adèle Haenel), y observar secretamente sus gestos, movimientos, ademanes e inflexiones para después volcarlos, también secretamente, en un cuadro.

    El conocimiento lleva al interés, y este al afecto y la ternura, y finalmente al enamoramiento. Las dos mujeres se atraen y la modelo deja entonces de ser alguien abstracto para convertirse en una realidad: una persona que desea ser pintada, pero solo por aquella que la ama y a quien está aprendiendo a amar. Marianne ya no tiene que observar la forma de la oreja de Héloïse cuando camina detrás de ella, ni la manera que tiene de entrecruzar sus manos en la playa. El cuerpo se le muestra sin secretos.

    Ahora posa en plenitud, y esa plenitud del artista en su doble acepción (la pintora y la modelo: ambas forman parte de la obra casi a partes iguales, y eso es muy importante en la optica de Sciamma) conlleva una relación personal que encuentra su momento álgido poco antes de la despedida. Marianne sabe que una vez finalizado el retrato deberá irse de la mansión situada cerca de los acantilados bretones, allí donde la hermana de Héloïse se suicidó dejando una huella indeleble en ella. El retrato tiene un cometido concreto: la madre de Héloïse, encarnada por Valeria Golino, lo mandará al pretendiente de su hija. Marianne lo sabe. Héloïse lo sabe. Tras hacer el amor por última vez, la pintora realiza un dibujo de sí mismas rápido pero certero, recostada en la cama. Lo realiza en la página 28 del libro que está leyendo su amada. Para dibujarse a sí misma, Marianne coloca justo delante del sexo de Héloïse un pequeño espejo redondo. Su rostro queda enmarcado en la parte más íntima del cuerpo amado. Es una imagen simple de una belleza irrechazable.

    Tomboy, el segundo filme de Sciamma, tenía un estilo más tenso acorde con las vicisitudes de una niña que se hacía pasar por niño. La siguiente Girlhood era muy agitada, acorde también con la forma de encarar la vida de cuatro chicas negras de los suburbios de París. Retrato de una mujer en llamas, ambientada fuera de la gran ciudad y en el siglo XVIII, es pausada y estilizada, acorde con los cuerpos filmados en vibración contenida y la manera que tienen de relacionarse a la búsqueda de su plena identidad, y en melódica consonancia con la época retratada y la influencia que la luz, la penumbra, el acantilado y el mar tienen en esta película que, siendo de época, rehúye los estigmas y manierismos de los films en costume.

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