The Smashing Machine
Críticas
3,5
Buena
The Smashing Machine

La vida que golpea una y otra vez

por Tomás Andrés Guerrero

The Smashing Machine no es una película de boxeo ni de artes marciales al uso. Benny Safdie huye de la épica del deporte y retrata a Mark Kerr desde la herida, no desde la gloria. Los combates apenas importan: lo que se queda grabado son los pasillos vacíos, la dependencia a los calmantes, el peso insoportable de una vida triturada por su propio cuerpo.

La gran sorpresa es Dwayne Johnson, que abandona por completo el aura de estrella para volverse irreconocible. Aquí no hay gloria deportiva, sino un hombre roto, vulnerable, con estallidos de rabia que impresionan más porque nacen del silencio. Emily Blunt acompaña al protagonista cumpliendo en su papel de pareja, aunque su arco no siempre encaja en un relato que prefiere las sombras a la claridad.

Safdie construye un film incómodo, sin clímax catártico ni subrayados heroicos. Es áspero, irregular, a veces frustrante, pero también auténtico: un retrato de la violencia como máquina de triturar cuerpos y almas. No busca levantar aplausos; prefiere dejar al espectador con un nudo en el pecho y la sensación amarga de haber asistido a una verdad demasiado incómoda para ser celebrada.

Un retrato casi documental desde el dolor

© Leonine

Lo fascinante de The Smashing Machine es cómo convierte la rutina del dolor en narración. Cada escena de entrenamiento, cada desplazamiento por el gimnasio o por los pasillos del hotel, transmite una tensión silenciosa: Kerr no solo lucha contra sus rivales, sino contra el propio desgaste físico y emocional. Safdie encuentra belleza en la vulnerabilidad del cuerpo y la mente, en la fragilidad que suele quedar fuera de foco en el cine de deportes.

El montaje contribuye a esta sensación de observación cuasi documental. Los cortes fragmentan el tiempo, oscilan entre la calma y la explosión, y construyen un ritmo que imita la respiración agitada de un hombre al límite. No hay música heroica que impulse la narrativa; los momentos más intensos surgen del contraste entre el silencio y el impacto de los golpes, del espacio que deja el director para que el espectador imagine lo que no se muestra.

Al final, la película funciona como un espejo incómodo: refleja la realidad de quienes viven en cuerpos diseñados para el combate, pero que pagan un precio humano imposible de evitar. No hay redención fácil ni victoria definitiva; solo la persistencia de un hombre que continúa, a duras penas, y un relato que desafía a cualquiera que espere gratificación inmediata. Es una experiencia que hiere, que permanece después de salir de la sala, y que confirma a Safdie como un director capaz de encontrar arte en lo doloroso.

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