Nos gusta el diablo en bicicleta y con una encantadora sonrisa
por Alejandro G.Calvo Red Rocket arranca con un hombre desesperado. Sin maleta, ni pertenencias visibles, llega magullado y golpeado a la casa de su ex mujer, en las afueras de Texas, rogándole que por favor le deje descansar unos días en ella.
El cielo está encapotado, gris, ahumado por las chimeneas de una fábrica que contrasta con los colores pasteles de algunas de las casas (más o menos) destartaladas; en las televisiones de los hogares, siempre está Donald Trump sermoneando. Tiene un alias, Mikey Saber, porque es actor porno -no para de presumir de sus premios y sus millones de visionados en PornHub- aunque parece que ya nadie quiere contar con él. Su ex mujer, también ex actriz X y escarmentada de los reiterados abandonos de su ex, acaba acept´ndole más por desidia que por pena y, Mikey, se esmera en ganarse su cobijo. Busca trabajo para contribuir en el alquiler -pasando marihuana-, corta el césped... Y sobre todo desprende y contagia simpatía.
Pero el truco de Baker es hacer creer que el diablo no existe y cuando Mikey demuestra su verdadera cara -quiere engatusar a una encantadora y apasionada joven de 17 años, Strawberry, para que se enamore de él y así convertirse en su particular proxeneta de vuelta en la industria X- la película dobla la moral sobre sí misma y obliga al espectador a posicionarse del lado de alguien que se descubre como un miserable.
Un retrato magnífico que se suma a la galería particular del realizador neoyorquino Sean Baker que se está convirtiendo en el gran retratista del lumpen norteamericano contemporáneo, ya sea habitante de grandes ciudades (Los Angeles), habitando suburbios de Texas y moteles de mala muerte cercanos a Disneyworld, o reflejando el lado oxidado y mellado del sueño americano.