Nave sin rumbo
por Bibi RamosEl problema de El pepinillo no reside en su poco afortunado título, pero sí en gran medida en la subtrama a la que da lugar un filme rodado dentro de este mismo filme, llamado de igual modo, y que cuenta cómo un grupo de granjeros cultivan un pepino que se vuelve tan gigante que acaba convirtiéndose en una nave espacial en la que viajarán a un planeta de carnívoros llamado Cleveland. Es esta la película que dentro de la película acaba de realizar Harry Stone, un director de cine venido a menos y recién llegado de Francia que comienza a repasar los fracasos de su vida y trayectoria. Mientras hace balance de su pasado y visita a amigos y conocidos, espera en Nueva York la presentación de esa última película de la que se avergüenza y de la que espera, angustiado, estrepitosos resultados de audiencia y crítica. Salvando las distancias, claro está, ¿recuerdan Fresas salvajes?
Escrita y dirigida por el también actor Paul Mazursky (que debutó ante las cámaras en Fear and Desire de Kubrick), el guión de El pepinillo es un quiero reírme con gracia e inteligencia de la meca del cine, pero no puedo porque todo desemboca en un despropósito. El problema fundamental es que el filme no se toma en serio a sí mismo, no encuentra un tono y va contradiciéndose, y la parodia que pretende construir sobre las dinámicas de la industria del cine y sus criterios de funcionamiento, además de la evaluación vital que efectúa su protagonista, acaba escribiéndose a partir de brochazos poco estimulantes. Y, finalmente, haber ido integrando en paralelo metraje del último filme de Harry dentro de la película es lo que sentencia definitivamente a este filme al terreno de lo olvidable.
A favor: Los esfuerzos actorales de Danny Aiello y sus compañeros de reparto por mantener este relato en pie; ver en pantalla a unos veteranos Little Richard y Shelley Winters (que interpreta a la madre del protagonista).
En contra: La inclusión del metraje de la nueva película de Harry dentro del filme.