Marvel llevaba tiempo buscando algo que devolviera la chispa. Thunderbolts no lo reinventa todo, pero sí ofrece un necesario soplo de aire fresco. Lejos del multiverso infinito y los fuegos artificiales digitales, aquí el foco está en los personajes: dañados, complejos, humanos. Verlos convivir, fallar y redimirse es lo que hace que funcione.
Florence Pugh brilla con una interpretación magnética, y su química con Lewis Pullman da forma a una pareja tan inesperada como entrañable. En realidad, todo el equipo funciona como un grupo de outsiders que, en su torpeza emocional, acaba siendo más creíble que los héroes tradicionales.
La película no renuncia a la acción ni al humor, pero lo hace sin caer en el chiste fácil ni en el clímax sin sentido. Hay drama, hay heridas, y también hay momentos de ligereza bien medidos. Se nota un intento sincero por hablar de salud mental, soledad y redención, y aunque no siempre se sienta sutil, se agradece.
No todo es perfecto. Algunos personajes secundarios podrían haber tenido más desarrollo, y el tercer acto cae un poco en lo previsible. Pero el resultado general deja una sensación cálida: la de haber visto algo que, sin salirse del molde del MCU, se atreve a jugar con nuevas formas.
Thunderbolts es divertida, enérgica y, por momentos, inesperadamente emotiva. Puede que no sea la revolución que algunos esperan, pero sí marca un cambio de rumbo. Uno que, por primera vez en mucho tiempo, invita a seguir mirando con ganas.